Pocas son las oportunidades que tenemos de ver tradiciones desconocidas de otras latitudes, aunque por razones de origen, sus ecos nos resultan cercanos. Quedan abuelos que todavía recuerdan su infancia cerca del mar Tirreno, o haber visto entre la niebla de una mañana de invierno, las fumarolas del Etna y el peligro de sus lenguas de lava. Por eso interesa recuperar esas voces, darles cuerpo y movimiento, y abolir el tiempo que les quitó brillo. Ahí están los rapsodas, que en la Grecia milenaria declamaban la gloria de los héroes helénicos, los juglares, contratados por la Corte para entretener a los reyes con sus cuentos y chismes que envolvían la honra de los ídolos, hasta llegar a los copleros de Purmamarca, parientes lejanos, tal vez, de los cuntistas de Sicilia.
La narración oral no debe responder a una verdad, aunque tampoco necesita negarla. Cuando se trata de contar historias, se puede adornar con trucos de caleidoscopio lo que fue una hazaña efímera y ordinaria. La cuntastoría en Sicilia, por ejemplo, aunque tiene su origen en el ottocento, remonta su herencia al medioevo, al rito de juntarse alrededor del fuego para escuchar aquellas voces poseídas por la leyenda.
De acuerdo al filólogo alemán Adolf Gaspary (Berlín 1849-1892), especialista en literatura italiana: “la cuntastoría no es una figura enteramente perdida en la vida italiana: en Sicilia florece el arte de los cuntistas, que en las calles y las plazas, para el deleite del público, exponen sus relatos con ciertas modulaciones en la voz, a modo de recitativo; y aunque ahora la fiabilidad de la historia descansa en el libro impreso, debemos tener presente la importancia del cuntista en los siglos XIV y XV”, afirma en el libro Sul cunto, de Maurizio Maiorana.
Ludovico Ariosto, al recuperar la narración inconclusa del Orlando Innamorato, de Matteo Boiardo, se ocupa en Orlando furioso (1532), de las hazañas del paladín Orlando (o Roldán, o Roland, depende desde qué patria se cuente su cuento) en su lucha contra los sarracenos. Orlando, posible sobrino de Carlomagno, es un héroe mítico al que su lucha para librar a Italia, quizá merezca una sentida oración por parte de los cuntistas napolitanos y sicilianos en el ágora de la ciudad o entre las piedras de un paso montañoso. Este héroe que enloquece por el amor no correspondido de Angélica, en realidad no es el protagonista de tales aventuras, es apenas el ícono. El linaje de la casa de Este, protectora tanto de Boiardo como de Ariosto allá por el Renacimiento, encuentra en el romance de Ruggiero y Bradamante el comienzo poético de su línea sucesoria y el condimento esencial para las representaciones de la cuntastoría.
“Cada ovillo que ves es una vida:
ésa es su duración, ni más ni menos.
La muerte y la Natura, vigilantes,
establecen la hora en que se acaban.
Escoge la otra Parca los más bellos
hilos para tejer el ornamento
del paraíso, y deja los más bastos
para las vidas de los condenados.
Los copos devanados y dispuestos
para cada labor, se amontonaban
con sus nombres grabados en pequeñas
placas de hierro, y otra de oro o plata.
Y después, una vez amontonados,
se los iba llevando un incansable
viejecito que nunca reposaba,
y que a por más montones regresaba.
Se diría que el viejo había nacido
para correr, de tan dispuesto y ágil;
de aquel montón se iba llenando el manto
con las madejas con ajenos nombres.
Dónde iba y por qué se las llevaba
en el canto siguiente os lo desvelo,
si me dáis muestras de querer prestarme
la cortés atención que soléis darme.”
Orlando Furioso, Canto XXXIV, de Ludovico Ariosto con traducción de
José María Micó, Biblioteca de Literatura Universal, Espasa Calpe, 2005.
Orlando furioso fue adquiriendo, a lo largo de los siglos, otras formas de ser narrado. La Opera dei Pupi Siciliani, a partir del siglo XIX, adoptó dicha historia para escenificar sus epopeyas, matizando esos contenidos filosóficos en el cuerpo de sus títeres. La Opera dei Pupi se caracteriza por montar la gesta del ciclo carolingio en su tablado y por revivir con miniaturas preciosista el heroísmo de los paladines de su tierra, alternando los niveles de la voz tal como lo hacían antaño los cuntistas.
Mimmo Cuticchio recupera esta tradición de su Sicilia natal hace cuarenta años, cuando prácticamente estaba destinada al ámbito folklórico y a la admiración turística. La asociación “Figli d’Arte Cuticchio” es una entidad creada en 1977 que gestiona no solo los espectáculos que monta, también se ocupa por conservar el trabajo artesanal en la confección de cada títere: la talla de madera para la figura, la pintura y los vestuarios de cada muñeco hechos a mano, tal como se hacía cuando la Opera dei Pupi era una atracción itinerante que congregaba multitudes pueblo a pueblo. Cada marioneta pesa unos ocho kilos, para su manipulación se requiere de fuerza y destreza física.
Sin embargo, todo esto carece de importancia al observar el honor de la caballería sobre las tablas del escenario, cuando se suspende la credulidad de la expectación y, en el caso de la Opera dei Pupi, los cruzados y sus corceles cobran vida en otro mundo. Y ya no hay modo de ver los hilos que los mueven o las varillas que les dan estabilidad, porque la ficción del teatro ocupa el mismo espacio de representación. Los vivos y los muertos renacerán en la próxima función o serán otros seres con trajes nuevos. Es lo mismo que ocurre con las palabras que cambian de raíz y de significado de acuerdo al signo del momento: siempre tendrán una voz para multiplicar sus sentidos.