La bestia nel cuore

 

El notable pianista italiano Stefano Bollani presentó su espectáculo Bollani Piano Solo en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, con el que logró una extraña e inolvidable intimidad con el público.

 

A veces a uno le pasan ciertas cosas con el arte. A lo mejor va a restaurantes y en algún rinconcito del salón hay una tarima con un piano. Uno quizás sienta miedo de notarse invadido por la música mientras come, aunque debe reconocer que ese miedo que habrá de sentir no será el miedo a la música, sino a que afloren esos sentimientos que la música le genera frente al resto de los comensales. Uno no se reconoce en esas situaciones, se siente como un endriago peludo y temeroso, otra vez como un niño que ve de lejos a sus padres mientras se alejan cada vez más. Y también, por lo general, como esos restaurantes tienen las paredes forradas en madera, muchas botellas en los estantes altos, manteles de tela a cuadros y los platos blancos y pulidos por el uso, como los platos de casa, uno se siente como en su propio hogar. La comida siempre es sustanciosa, y uno lamenta que su casa esté lejos en realidad, porque durante el viaje de vuelta se disipa la nostalgia de esa noche fría de invierno en la que, durante la cena, uno reconoció en la melodía del piano un silbido de domingo a la mañana, y uno quiere, necesita, que la nostalgia y  la música duren hasta que uno se duerma. Qué más podría uno pedirle a ese arrullo que no ha vencido el tiempo.

Imaginen entonces una sala de teatro para mil espectadores con un pianista, solo en el escenario, que evoca melodías familiares incorporándoles disonancias de su propia invención y compases nuevos como descargas eléctricas, que la propia música le provocan en el cuerpo al pianista en ese mismo instante. Sí, claro, la sala de teatro se convierte por obra y gracia del ritmo en uno de esos restaurantes donde la buena comida es el sonido, donde el pianista toca para uno solo, para uno mismo, el propio comensal, y a uno las emociones le hacen cosquillas en la garganta y en los ojos como la magdalena de Proust y ciertas remembranzas. El pianista logra algo que no todos son capaces de lograr: que la música sea un desfile de imágenes que se proyectan a través de sus manos, que no parecen dos ni parecen responder a la misma persona. Por supuesto que uno se olvida de que está en un teatro; entonces uno está donde se siente más cómodo, quizás entre los inefables monstruos bebop (monstruos como Charlie Parker, con alas de pajarito, o como Thelonious Monk, con ese nombre tan monstruosamente polirrítmico) que le vigilan el sueño. Uno se siente así escuchándolo a Stefano Bollani (Milán, Italia, 5 de diciembre de 1972), que con su cola de rulos grises atados firmemente a la nuca y los diez dedos repletos de música, tiene una bestia en el corazón, como un chico revoltoso que se calma cuando escucha Reginella silbada por su papá.



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