Sobre las formas del compromiso

>> Fotos Gustavo Gavotti
 

Osmar Núñez y Boy Olmi, protagonistas de Colaboración/Tomar partido, nos cuentan cómo fue el trabajo para llevar adelante los textos de Ronald Harwood, al tiempo que reflexionan sobre el arte y el compromiso político.

 

– ¿Cuál es su mirada sobre Ronald Harwood, el autor de Colaboración/Tomar partido?
OSMAR NÚÑEZ – El tema del arte y la política me gusta mucho. En El vestidor hay algo de eso, en El pianista ni hablar. Es un autor que me viene persiguiendo desde aquella película con Albert Finney y Tom Courtenay, y me seduce su poética. Lo desconocemos más allá de El vestidor y algunas otras películas con guión suyo, pero esa simbiosis entre el artista y las circunstancias que lo rodean es muy atrayente. Cómo se para uno frente al totalitarismo en este caso, cosa que en definitiva es política, aún para aquellos que dicen “yo voto en blanco”.  Personajes como Strauss o Furtwängler, cuya sensibilidad está canalizada en la composición y en la dirección musical, que sea atravesada, intervenida por el nazismo, los descoloca y los saca de eje, sobre todo porque fueron ambos muy críticos del régimen, aunque suscribieran a través de su trabajo. Sobre todo en el caso de Strauss, que era un burgués  y uno de los grandes impulsores de la política de los derechos de autor, y a pesar de eso, al tener una nuera judía por la que tenía una especial devoción (de hecho Alice fue quien tras la muerte de Strauss creó una casa-museo para recordarlo), lo llevó a intervenir para salvar a su familia del Holocausto, cosa que logró en parte. Meterse en el mundo de Harwood es meterse en un mundo de ideas y poesía sobre el artista y sus circunstancias.

– ¿Cómo resultó trabajar en dos obras con personajes diametralmente opuestos?
BOY OLMI – El hecho de que Colaboración/Tomar partido sean dos obras que conforman un mismo espectáculo es muy atractivo, y al mismo tiempo es una suerte de acrobacia para los actores. Y para los espectadores es algo novedoso, porque es como desnudar el trabajo del actor. Parafraseando a Pirandello, cada noche somos seis actores en busca de doce personajes en dos realidades muy diferentes, y con dos formas de puesta en escena muy distintas del propio Lombardero. Podríamos decir también que son dos tipos de teatro que conviven. Pero esto tiene una gran lógica, porque tenemos al mismo autor hablando sobre un tema que está absolutamente vinculado, y que se convierte en metáfora universal y aplicable a nuestros días.

ON – Aunque nunca hice dos obras juntas de un mismo autor, seguidas, no me resulta tan curioso. Uno que viene del teatro independiente, de hacer teatro para comer o para darle de comer al espíritu, hizo cuatro o cinco espectáculos por día, hasta en trasnoche. No me resulta tan difícil. Sí me resultó complicado haber ensayado dos obras tan distintas y de esta envergadura en tan poco tiempo. Textos para nada coloquiales, con personajes tan complejos y en carne viva. Y son piezas con dos géneros distintos, como si confrontaras un vodevil con un cachetazo contemporáneo, aunque se hable de lo mismo y la segunda nombre a muchos personajes que aparecen en la primera. Por ejemplo en Tomar partido lo nombro a Richard Strauss cuando interpreto a Wilhelm Furtwängler, y lo nombro como víctima del nazismo en el mismo nivel que Furtwängler se sentía.

– ¿Cómo ven ustedes a sus personajes?
ON – Todos los métodos de actuación sirven. Yo tengo un poco de todo. En el teatro hay más tiempo para investigar, para reflexionar sobre los materiales. Lo importante es lo que me pasa a mí con el texto. Si tengo una obra, pongamos, de Chejov, me sumo a esa poética. Es un camino ya hecho, y por más complejo que sea ese trabajo en particular habrá seguramente menos dificultades, porque tenemos incorporado ese tránsito. En el caso de Harwood, me subo a la nave y el capitán me dirá cuáles son mis tareas y obedeceré, sin darme cuenta, porque la nave va. Entonces el método es el deseo, lo que soñaste con ese material desde la primera lectura, más allá de comprender y analizar qué sucede en cada momento de la obra y en la evolución del personaje.

BO – Stefan Zweig fue un escritor, un pacifista, un humanista, un pensador, de una dimensión que solo conocí cuando comencé a trabajar en este proyecto, y es un personajón por la trascendencia que tuvo su pensamiento. Ahora que tengo que ponerle el alma y el cuerpo a ese señor, lo veo a partir de su extrema sensibilidad, de cierta fragilidad que disocia su cuerpo de su mente, y al mismo tiempo esa fragilidad (porque también nos hemos basado en textos que vienen de su propia pluma, y en sus fotografías, y de ahí la caracterización que me hace tan diferente a lo que soy), está basada en el personaje real. Me atrajo que el otro personaje, el Mayor Steve Arnold del Ejército Norteamericano en la ocupación en la Alemania de posguerra, impone un pragmatismo, una dureza y una limitación intelectual que solo se compensa por una gran astucia, sagacidad e ironía. Arnold es un perro de caza que nunca va a soltar a su presa. Tiene un objetivo, que es demostrar la colaboración que tuvo con los nazis un famosísimo director de orquesta que sí existió y que es Wilhelm Furtwängler, y es por eso lo opuesto a Zweig: un tipo limitado, muy violento, muy irónico y potente. Esto me llevó a componer dos personajes que son el día y la noche, y esto para un actor es bocatto di cardinale.

– Hay mucha curiosidad y fantasía por saber cómo un actor elabora su personaje. ¿Cuál es el recurso principal que emplea?
BO – Ni siquiera soy igual a mí mismo todo el tiempo. Estos personajes los encaré desde lugares diferentes, porque el personaje de Arnold está muy alimentado por mi propia intuición, alimentada por el cine americano: este tipo no es un militar de carrera, sino que es un empleado de seguros convocado para ir a la guerra. Entonces hay algo que se me hizo muy fácil, que es tener un objetivo muy claro, desenmascarar a este pope que interpreta el genio de Osmar Núñez (lo cual es un privilegio fabuloso, a quien le debo este proyecto en el teatro San Martín). En el caso de Zweig pude apoyarme en ese imaginario de la vida cultural en Europa en aquella época, pero sin embargo el tipito que apareció tiene algo más chaplinesco que intelectual. A lo largo de la vida la técnica se funde con la experiencia de cada uno, así que puedo responderte en parte. La otra parte es un misterio, hasta para mí mismo.

– ¿Considera que puede haber belleza, poesía, aún en regímenes totalitarios como el nazismo?
ON – Con respecto al artista y la política, lo que puedo decir es que el artista en ese caso es una persona más. Nadie que no se compromete, que no mira alrededor, es alguien al que finalmente le vaya muy bien. Artísticamente incluso. Uno es lo que es en su presente, porque uno no va a hacer la función día tras día de la misma manera. Decir que la política no te toca es una estupidez. Me parece muy idiota decir que vos no te comprometés. No es verdad. Absolutamente todos hacemos política. Lo demás es mentira. ¿Por qué tengo que ocultar lo que pienso? No me hace bien trabajar con alguien que me miente.

– Estas obras, que hablan acerca de las responsabilidades, ¿indican que los artistas deben estar comprometidos con la realidad de su tiempo?
BO – Así como tampoco hay reglas fijas para definir lo que son los artistas o los políticos, porque hay distintos tipos de artistas, distintos tipos de políticos, hay diversas clases de compromisos, de cruzadas que debemos emprender. No es lo mismo lo que sucede hoy con la reivindicación de lo femenino, con los temas de género, que discutir el cambio climático o la coyuntura electoral argentina. Así como no es igual, tampoco es igual el grado de compromiso que puedo asumir. Esto más que ver con ser artista tiene que ver con ser público, con que somos seres que opinamos públicamente. Entonces, digamos que tiene que ver con lo mediático, y eso se transforma en la responsabilidad que cada uno asume frente a distintas coyunturas. Tampoco en esto hay reglas. Tiene que ver con la honestidad y la moral de cada uno, con los principios honorables de cada ser humano y que impulsen un accionar que quizás modifique las cosas que lo rodean, y que lleve a pensar a los demás. En eso hay que ser consecuente con la conexión que hay entre cerebro y corazón, que es al fin de lo que se trata todo.

– ¿Cómo fue trabajar con Marcelo Lombardero?
ON – Quizás Marcelo haya traído pinceladas de la lírica para este trabajo porque sea ópera o texto, es un director exquisito. Es actor también y tenía muy claro lo que quería de nosotros. Es un muy buen director de actores. Ha sido un proceso difícil, duro, pero siempre estuvo muy bien marcado dónde quería llegar. Nos permitió también exponer nuestras ideas, porque cada uno tiene su puesta del personaje, y eso nos dio mucha confianza. Lo hizo estupendamente.

BO – Es público que Marcelo Lombardero es un referente del mundo de la ópera que nunca había dirigido teatro de texto. Y él quería dirigir un texto comprometido, no hacer entretenimiento por el entretenimiento mismo. Y nos damos cuenta de que hay algo en lo que acertó, porque con toda esta enorme experiencia que tiene para hacer puesta en escena, llena de trucos y sorpresas visuales y sensoriales, al mismo tiempo nos metió profundamente en los problemas del texto. No sé cuál fue su experiencia con actores hasta ahora, cómo exploraba el trabajo, pero nos condujo con mucha certeza, y quizás sea eso por lo que al final del espectáculo el público nos diga “gracias”.

COLABORACIÓN / TOMAR PARTIDO
Autor Ronald Harwood

Traducción Jorge Fondebrider

Elenco
(por orden de aparición)

COLABORACIÓN
Richard Strauss Osmar Núñez
Pauline Strauss Lucila Gandolfo
Stefan Zweig Boy Olmi
Lotte Altman Romina Pinto
Hans Hinkel Sebastián Holz
Paul Adolph Néstor Sánchez

TOMAR PARTIDO
Emmi Straube Romina Pinto
Mayor Steve Arnold Boy Olmi
David Wills Sebastián Holz
Helmut Rode Néstor Sánchez
Tamara Sachs Lucila Gandolfo
Dr. Wilhelm Furtwängler Osmar Núñez

Cantante Vicky Gaeta
Pianista Mariano Manzanelli
Violinista Agostina Sémpolis

Coordinación de producción Federico Lucini Monti, Lucía Hourest
Producción técnica Emilia Martínez Dómina
Asistencia de dirección Tamara Gutiérrez, Lucas Pulido

Asistencia artística Florencia Ayos
Asistente de iluminación Agustín Di Grazia
Asistente de vestuario Josefina Minond
Asistente de escenografía Martina Nosetto

Diseño y puesta de sonido y video Gabriel Busso, Marcelo Manente
Iluminación Horacio Efrón
Vestuario Luciana Gutman
Escenografía Gastón Joubert

Dirección Marcelo Lombardero

Duración: 180 minutos (con un intervalo)

Estreno: 31 de mayo de 2019
Última función: 18 de agosto de 2019

Sala Casacuberta
Teatro San Martín



-->