La versión Harwood

 

Un “pantallazo” por el trabajo de uno de los mejores adaptadores de textos ajenos que haya dado el cine en la segunda mitad del siglo XX.

 

En el universo de Ronald Harwood confluyen dos vertientes de permanente coexistencia: el teatro y la política. Y ambas abrevan del mismo manantial, el del pasado vivido en carne propia o el de aquel pasado referido por sus protagonistas, lo hayan padecido o no. Sus temas, pues, remiten al oficio del teatro o a las circunstancias que impactaron en las minorías como resultado de la acción de regímenes opresores. O ambas cosas a la vez: el vestidor de un actor de provincias en tiempos de la Segunda Guerra Mundial (El vestidor, 1980); la vida y la carrera de una diva a quien le amputan una pierna (After the lions, 1982, sobre la vida de Sarah Bernhardt); un dramaturgo que pone su propio teatro, y un hermano ausente que vuelve para reprocharle ser el objeto ridículo de sus historias (Reflected glory, 1992); un director de orquesta que colaboró con el nazismo por defender la integridad de la música alemana (Tomar partido, 1995); tres músicos de una orquesta y una soprano de vieja gloria que conviven en una casa de retiro (Quartet, 1999); la historia de un fascista inglés (An English tragedy, 2008).

Son historias de personajes estoicos, reales o inventados. Algunas de estas historias se transformaron en películas (El vestidor y Tomar partido, por caso), adaptadas a la pantalla del cine o de la televisión por el propio Harwood. Y probablemente la carrera como guionista de Harwood se reconozca por ser un adaptador extraordinario de historias escritas por otros. A Harwood no le preocupan las formas a la hora de adaptar (toma desde textos literarios a textos periodísticos), pero sí parecieran importarle las anécdotas cercanas a sus propios intereses, esos que denotan haber nacido en el seno de una familia judía en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en el apogeo del apartheid, y su transformación en un entretenimiento consciente, movilizador del pensamiento y no exento de profundidad.

Por ejemplo, en Un día en la vida de Iván Denisovich (One day in the life of Ivan Denisovich, Casper Wrede, 1970), toma el espíritu de la novela breve del Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn del mismo nombre para narrar, justamente, un día en la vida de Ivan como prisionero del Gulag stalinista, situación por la que había tenido que atravesar el propio Solzhenitsyn. Su mirada sobre el totalitarismo no está exenta de aquel lirismo soviético como el de Pasaron las grullas (Mikhail Kalatozov, 1957), sobre todo a la hora de reflejar la estepa helada y la intimidad cotidiana de aquellos prisioneros contrarios al régimen.

De Siete hombres al amanecer (Operation: Daybreak, Lewis Gilbert, 1970, sobre la novela de Alan Burgess) podemos citar la escena de la emboscada que Jan Kubis y Karel Curda, parte del septeto de soldados checos exiliados en Gran Bretaña y vueltos a reclutar para asesinar a un jerarca nazi en la Checoslovaquia ocupada, le tienden al oficial Reinhard Heydrich, el jerarca citado, y en la que resultan victoriosos. Pero no es un triunfo con visos de epopeya: las cosas no salen tan aceitadamente como en las películas con James Bond; se parece más a la accidentada persecución que establece la policía para cazar a Harry Lime en El tercer hombre, aunque ésta se desarrolle a cielo abierto, el cielo plomizo de Praga, y no como aquella en las alcantarillas de Viena. Es que aún con tintes de aventura, la acción planteada por el guión de Harwood hace sentido con los hechos reales en los que se basa: a Curda se le traba la ametralladora, Kubis se cae de la bicicleta, y Heydrich fue, en la vida real, uno de los arquitectos del Holocausto.

El tema del Holocausto y la resiliencia de los sobrevivientes vuelve a citarse en El pianista (The pianist, Roman Polanski, 2002, sobre las memorias de Wladyslaw Szpilman), trabajo que le dio el Oscar al Mejor guión adaptado y que cuenta cómo Szpilman vio y vivió la guerra desde el principio hasta el final, entre los escombros en los que se iba convirtiendo Varsovia. Los mismos ecos de resistencia aparecen entre las ruinas de otros tiempos, otra ciudad y una sociedad consumida por la Revolución Industrial en Oliver Twist (también de Polanski, 2004, sobre la novela de Charles Dickens), y en el corazón roto de Florentino Ariza cuando Fermina Daza lo rechaza rabiosamente una y otra vez en la fallida versión de El amor en los tiempos del cólera (Love in the time of cholera, Mike Newell, 2007, sobre la novela de Gabriel García Márquez).

Y en el escenario de la existencia se revelan también la puja entre Julia Lambert y Michael Gosselyn , una actriz y un actor en liza por ver quién envejece más joven en Conociendo a Julia (Being Julia, István Szabó, 2004, sobre la novela de William Somerset Maugham); en la amargura de Andrew Crocker-Harris, que observa cómo se termina su carrera como profesor de griego en una escuela pública al tiempo que es testigo de la infidelidad de su mujer en Una lección de vida (The Browning version, Mike Figgis, 1994, sobre la pieza teatral de Terence Rattigan); en la parálisis que inmoviliza a Jean-Dominique Bauby de cuerpo entero (excepto a su ojo izquierdo) mientras su mente logra superarse a sí misma en la maravillosa La escafandra y la mariposa (Le scaphandre et le papillion, Julian Schnabel, 2007, sobre el libro de Jean-Dominique Bauby); y en la nota en falso que representa la extraña, delirante, desleal a la historia aunque divertida versión de la vida de Evita que Harwood recrea en Evita Perón, historia de un mito (Evita Perón, película para televisión dirigida por Marvin J. Chomsky en 1981), sobre la oportunista biografía escrita por John Barnes y Nicholas Frazer que se apropia del éxito musical en el West End de entonces, y que retrata sin justicia a uno de los grandes íconos de la política mundial en el siglo XX.



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