– ¿Cómo surgió la idea de gestionar y de protagonizar un espectáculo como Fedra?
Marcela Ferradás – La idea de hacer Fedra surge de mí. Por un lado, por una decisión tomada hace muchos años, de encarar proyectos que quiera hacer profundamente, como Las primas, sobre una novela de Aurora Venturini, o La muerte y la doncella, la pieza de Ariel Dorfman. Por otra parte el mundo griego viene conmigo desde mi primerísima infancia, porque mi viejo, además de los cuentos tradicionales para niños, me leía mitología. Todo ese universo desmesurado siempre estuvo acompañándome. Fedra es un personaje tremendamente fuerte, y para esta época en que las mujeres decidimos visibilizar nuestras necesidades, nuestras luchas, es un personaje para la reflexión. Este proyecto surge de la decisión y el deseo de encarar este gran personaje, y fue un gran trabajo de lectura dar con la versión indicada.
– ¿Qué los entusiasmó de este proyecto?
Horacio Peña – Esta es la segunda tragedia griega que hago en mi carrera. La primera es Las Troyanas, dirigido por Szuchmacher, con Elena Tasisto. En realidad cuando me convocaron (bueno, casi me lo impusieron mi esposa y el director) era para hacer Teseo, a pesar de que Adrián, de entrada, dijo: “yo quiero que vos hagas la nodriza, Enone”. Y lo saqué poco menos que carpiendo. Pasó el tiempo, no conseguía una actriz porque las que había convocado estaban ocupadas, y entonces finalmente, una noche, Marcela me pide en lo de Marcelo Lombardero que yo haga de Enone. Y Adrián me dio una razonable y respetable opinión de por qué él quería que yo hiciera de Enone. Él plantea un universo masculino donde hay una mujer-objeto que es Fedra, a quien llevan y traen y manejan, en algunos momentos casi como un títere, y la otra mujer que hay en la tragedia es una mujer que tiene un pensamiento masculino. Es una mujer machista. Ahí me cerraba el hecho de que un hombre hiciera de mujer sin feminizarse. Me atrajo la idea de hacer este personaje, que en realidad es un Yago femenino, que es quien manipula a Fedra, e intenta manipular a Hipólito, y trata de manejar los hilos de esta tragedia también para proteger su propia vida. “Si vos te morís tengo que acompañarte, porque es la tradición”, dice, “soy tu ama de cría, tengo que morir junto con vos”. Yago es un personaje que no pude hacer, me quedó en el tintero y ya no estoy en edad para hacerlo, me gusta esta idea de la manipulación y la autodefensa.
– Fedra tiene misterio, culpa, rebeldía. ¿Qué fue lo que usted quiso explorar de ella?
MF – En principio una lectura simplificada hace pensar que Fedra es una villana. Y luego de atravesar un montón de Fedras y tras haber escogido la de Juan Mayorga, descubro que esta Fedra también es una víctima. Y esto es lo interesante para leer en este momento histórico: no solamente es una víctima de su deseo irrefrenable, sino que vive inmersa en un mundo de hombres donde su deseo jamás será escuchado ni concretado. Sufrirá su castigo, claro. Y lo masculino, el patriarcado, es en realidad el tirano de nuestra Fedra. La tragedia siempre se desarrolla entre la clase dominante, por lo que siempre es ejemplificadora. Fedra, una reina, no puede acostarse ni desear al hijo de su marido, que es un rey, y que encima mató al Minotauro. Esta fue mi gran sorpresa, encarar este personaje atravesado por una emocionalidad muy variante. De estar casi inerte, con deseos de morir, pasa a delatar, a tratar de seducir, a tomar fuerza para llevar a cabo una acción impiadosa.
– Horacio, ¿cómo tejió este personaje?
HP – El problema es que me cuesta mucho trabajo explicar cómo hago las cosas. No sé cuál es mi proceso interno, y me gusta no saberlo. No tengo un plano de cómo voy a dibujar el personaje. Se me van ocurriendo cosas, trato de no pensarlo, de seguir las indicaciones del director que en este caso fueron muy precisas, muy obsesivas. Y aunque al comienzo no las entienda, luego comprenderé por ejemplo, por qué es celoso el personaje. Me hizo falta hacer una pasada general de la obra para entender todo lo que Adrián pedía. Ahora cómo construí este personaje, en realidad no lo sé. A veces me despierto en mitad de la noche y le digo a Marcela que en esa escena le tiene que pasar tal cosa. Construir un personaje tiene algo de misterio que no quiero o no puedo resolver. La explicación la tiene que tener el que ve, el público.
– ¿Qué fue lo que los decidió a concretar la versión de Mayorga?
MF – Con Adrián, luego de haber leído desde el Hipólito de Eurípides, pasando por la Fedra de Séneca, y las de Racine, Unamuno y hasta la de Sarah Kane, decidimos hacer la Fedra de Mayorga por ser la que mejor condensa el conflicto, por tener un nivel literario increíble, pero además son textos que van a la boca del actor y hasta le dan una vuelta de tuerca al mito. Hipólito no delata a Fedra, algo le pasa con ella. Yo tenía muchas ganas de trabajar sobre el texto que filmó Jules Dassin con Melina Mercouri en los años ’60, una versión extraordinaria, ubicada en ese presente, pero no la conseguimos.
– Después de haber trabajado en las piezas Animales nocturnos y El crítico, ¿qué lo atrae de Juan Mayorga?
HP – Mayorga tiene un lenguaje nítido, claro, que como dice Marcela “entra en la boca”, y al oído del espectador. Es un poeta, en el sentido de que sus textos son bellos sin necesidad de forzar su belleza, sin ponerse por delante, como hacen otros autores e incluso otros actores. Alfredo (Alcón) siempre decía que es muy peligroso ponerse uno la oreja y regodearse en lo bien que suena lo que dice. El maestro Gandolfo decía que menos es más, hay que pelar todo lo que sobra. Cuanto menos yo le ponga al personaje, fuerzo a trabajar a quien finalmente debe trabajar, que es el intelecto del espectador. Hay muchos actores y muchas actrices que creen que cuanto más lloran es mejor el trabajo. Y Raúl Serrano, a quien le debo haber comprendido el mecanismo del teatro, decía que quien tiene que llorar es el espectador.
– ¿El deseo de trabajar con Adrián Blanco es previo a la decisión de hacer Fedra?
MF – Su elección tuvo que ver con que con Horacio vimos varias puestas de él que nos deslumbraron, como Trans-Atlántico, Bacacay, una versión de El Plauto… Con Adrián fuimos compañeros en un curso que dictó Laura Yusem y compañeros de elenco en alguna obra, pero nunca habíamos trabajado como actriz y director. Percibía riesgo en sus puestas, rigurosidad formal. Y quería correr riesgos con Fedra, no quería trabajar de oficio. Porque no se hace demasiada tragedia, y en general la tragedia se hace de una manera muy convencional.
HP – Aunque con Adrián nos conocemos desde hace muchos años, nunca habíamos trabajado juntos, no tenemos esa intimidad que da el teatro. Me peleé mucho con él durante este proceso. Y de hecho le dije que la tarea que llevamos adelante juntos fue la más difícil de mi carrera. Me respondió que para él era un elogio que se lo dijera. Quiero decir, en algún momento mi cuerpo, mi cabeza, mis sentimientos, le van a dar sentido; si no consigo eso es un fracaso para mí, y creo que pude darle sentido dramático a todo lo que Adrián me pedía. El director es el que baja la línea, y se lo puedo discutir, puedo intercambiar ideas, pero en un determinado momento me tengo que callar y hacer lo que me piden.
– Desde su lugar como actriz, ¿cuáles son los riesgos y los desafíos al encarar un personaje de estas características?
MF – Con Adrián no hicimos trabajo de mesa, ni análisis de los personajes, lo cual me perturbó y enojó muchísimo al comienzo. Más allá del bagaje que tengo por formación en Letras, eso, a la hora de encarnar un personaje, es ínfimo. Fue muy arduo el trabajo de construcción del personaje porque Adrián parte de la forma. Está convencido de que tiene la obra dibujada en la cabeza. Vos como actor no te das cuenta de eso. Te dice “¡No! La mano la movés cuando decís ‘No tengo deseos de ir’, no antes”. Y te preguntás qué pasa si la movés antes. Es un ejemplo inventado este. Entonces, fui comprendiendo esta Fedra de a poco, entendí lo que Adrián nunca dijo con palabras y que nos fue marcando desde el cuerpo, desde donde encontramos la interioridad, y entendimos que la marca no era una marca sino la conducta del personaje. Por otra parte creo que el trabajo del actor no termina cuando estrenás. Es una etapa que luego continúa. Hay cosas que sigo encontrando y buscando en cada función. Hay que mantener vivo el riesgo. Como decía nuestra querida Elena Tasisto, hay que seguir leyendo la obra, siempre. Yo tengo además un plus: vivo con un gran actor con el que además trabajo, y que es Horacio Peña. Y nosotros nos tomamos la letra de todas las escenas, y hablamos, nos aconsejamos y nos miramos. La verdad que es fantástico poder tener un par para cotejar tu tarea.
– ¿Qué cree usted que quedará de esta experiencia de hacer Fedra?
MF – Tal vez después de hacer Fedra me quede un registro físico y espacial distinto, y levante la vara de exigencia. Probablemente de Fedra me quede la buena sensación de que como actriz me desafié y quedé bastante conforme. Este es un paso adelante. Debo seguir corriendo más riesgos. Vale la pena. Sentirte fuera de eje es muy desasosegante, pero cuando lo podés sostener y podés ver el resultado, es muy placentero. Muchas personas me dijeron que les costó reconocerme. Ese es un gran elogio. En realidad es lo que yo como actriz más deseo, que no se me vea a mí. Y ese es el gran desafío me parece. Ojalá que en los próximos trabajos, y en los próximos sueños que pueda cumplir, no se me vea a mí sino al personaje que estoy encarando.
Fedra
Autor Juan Mayorga
Fedra Marcela Ferradás
Enone Horacio Peña
Acamante Emilio Spaventa
Hipólito Francisco Prim
Terámenes Gastón Biagioni
Teseo Marcelo D’Andrea
Timbalista Arauco Yepes
Timbalista alternante Juan Denari
Voz en banda sonora Marcela Jove
Coordinación de producción Adrián Andrada
Producción técnica Magdalena Berretta Miguez
Asistencia de dirección Fernanda Machado
Asistente de escenografía Mae Bermúdez
Asistente de iluminación Susana Zilbervarg
Maestro de esgrima Andrés D’Adamo
Música original y diseño sonoro Carlos Ledrag
Diseño de iluminación Leandra Rodríguez
Diseño de vestuario Luciana Gutman
Diseño de escenografía Marcelo Valiente
Dirección Adrián Blanco
Duración: 105 minutos
Sala Cunill Cabanellas
Teatro San Martín