El texto y la historia
Por una cuestión generacional uno ha escuchado tanto sobre el Holocausto, que parece ficticio que los propios seres humanos hayan ideado ese exterminio. Aún hoy es así, una verdadera locura. Tal vez por eso, la primera impresión que tengo de esta obra refiere al instinto de supervivencia propio del ser humano. El cartógrafo que interpreto, ayudado por esa niña, necesita hacer el mapa para saber dónde están las calles y estar seguro sobre lo que está pasando. Aunque me he informado sobre la cuestión del Holocausto, siempre hay un dato nuevo para incorporar, porque la memoria es tan importante que uno no puede obviar ciertas cosas. La memoria de lo que ha pasado siempre servirá, no sólo para no cometer errores, sino para tener conciencia. Comparándolo con el tema de nuestros desaparecidos, queda muy claro que es algo que no puede volver a ocurrir, que nos debe dejar siempre en alerta. No culpo a los seres humanos que por ahí miran para otro lado porque todos somos imperfectos, pero justamente hay que estar alertas para ver qué hace el mundo. Al mundo le costó aceptar que pasaba lo que pasaba, así que la memoria es fundamental con hechos de esta naturaleza.
La voz en conflicto
La obra me resulta interesante porque no se aloja en la victimización como otros textos. Ya pasó mucho tiempo. A veces es bueno que el tiempo pase y a veces es muy cruel. Esta recreación perfecta hace que un personaje reconstruya su historia sin caer en la autoflagelación, lo cual la vuelve muy objetiva, porque no toma partido por los caminos más fáciles. Cuenta los hechos con claridad y datos precisos, y eso es el meollo que la vuelve interesante, tanto para los actores como para el público.
Las herramientas del actor
Hay tantos métodos personales como actores. En mi caso, trato de pescar desde el principio la intuición de lo que quiere el director, saber por qué camino quiere ir. Cuando uno tiene tantos años de oficio, la intuición funciona enseguida para saber cuál es el camino, porque vos podés hacer Hamlet con tal director y otro tomará una ruta diferente, que te cambiará el rumbo. Trato de llegar al primer ensayo lo más virgen posible, porque uno se entusiasma y corre el riesgo de armarse su propia puesta de la obra. Eso no es conveniente porque después hay que dar marcha atrás. Es fundamental entender lo que quiere el director y sus indicaciones, y uno debe adaptarse a eso. Con Laura Yusem es la tercera vez que trabajo, contando una gira con un espectáculo de tango que hicimos hace mucho. En mi caso, trabajar con tres directoras como Alejandra Boero, Helena Tritek y Laura Yusem, siempre ha sido mucho más fluido por esa sensibilidad diferenciada propia de lo femenino, sobre todo a la hora de tratar con los actores.
Los ensayos
Aunque la obra tenga una continuidad, como mi personaje tiene relación con la niña, resultó todo más sencillo, porque eran pequeños bloquecitos de texto para estudiar. A esta altura del partido, y no voy a decir nada nuevo, la letra sabida de pé a pá es lo que mayor seguridad te da y es lo que te permite actuar. Eso, para mí, es básico y fundamental. Y Laura tiene un método de trabajo muy tranquilo, sin nervio y sin aceleración, de saber escuchar las preguntas que uno le formula sobre aquello que uno no entiende.
Una carrera en el San Martín
Soy rosarino. Vine a Buenos Aires en el año ’68, y el 80, 90 por ciento de mi carrera actoral está hecha en el San Martín y en el Cervantes. Entré a trabajar por primera vez al San Martín en el ’76. Cada vez que uno vuelve encuentra cambios, pero siempre lo siento como mi casa. Entro a un lugar conocido y no solamente al escenario, porque también me resultan familiares el hall o la sala Lugones, a mí que me encanta el cine… Me muevo cómodamente, aunque cambie el personal. Al San Martín le conozco los recovecos. Estos teatros son fuentes importantísimas de trabajo y eso hay que defenderlo, cuidarlo y apreciarlo por parte de nosotros, los actores.