# Sumario / EL POP RESTITUYE AL ARTE SU VIOLENCIA

El pop restituye al arte su violencia

Por Bruno Dubner >> Fotos Lucrecia Plat Linda Lee, 1969
 

La Fotogalería del Teatro San Martín vuelve a exhibir la mejor fotografía nacional e internacional, ahora bajo la dirección de un nuevo comité curatorial. Bruno Dubner, uno de sus curadores, escribe sobre las imágenes de la muestra Máxima reserva de Lucrecia Plat y Carlos Ginzburg, que inauguró esta nueva etapa.

 

Las primeras vanguardias utilizaron la violencia y el impacto para combatir a las imágenes más tradicionales y a los espectadores más entumecidos.

Este accionar pronto fue absorbido por el pensamiento empresarial para transformarse en su razón de ser.

La promesa de cambio constante, la innovación, la rebeldía como un fin en sí mismo, la reformulación permanente de la imagen, lo nuevo versus lo viejo, y tantas otras estrategias que formarían parte de su ideal, nacieron del shock vanguardista.

El pensamiento empresarial, a través de la publicidad, hurta la violencia de las vanguardias y junto con ella a su aura destructora.

Ante este escenario, un arte ultrajado combate a machetazos reclamando por la violencia propia. Despotrica contra el presente y anhela el pasado sin percatarse de que ya no hay vuelta atrás, porque con cada golpe que da fortalece a su bestia negra: la lucha contra la publicidad es aquello que la publicidad promociona.

Pero precisamente, al no proponer lucha alguna, es el pop quien re-transforma mediante la mímesis de método a esta voracidad en arte.

¿Qué mejor que la glorificación de cualquier clase de consumo utilizando hasta el paroxismo una orgía de técnicas publicitarias preexistentes para señalar la pesadilla?

Lejos de ser siempre el mismo derroche agotador de festividad y alegría, la imagen pop es una imagen de la pérdida y la contaminación. Se sustenta en el dolor de reconocer que en una instancia histórica las imágenes fueron sustraídas y que ahora, gracias al pop, retornan. Pero jamás puras, nunca indemnes, sino que ahora, heridas, sufren estrés postraumático.

Mientras nos atraganta con imágenes, el pop dice que el mundo es hermoso y que debe ser aceptado tal cual es. De allí proviene su sesgo revulsivo, siniestro y continuamente irritante (artistas pop han sido blanco de disparos).

El pop le devuelve al arte la violencia que el pensamiento empresarial le robó.

Lo atestiguan las instantáneas de Lucrecia Plat, quien utiliza los códigos más crudos de la fotografía social para exhibir boites, desfiles y cocktails entre otros espacios del placer porteño, casi todos repletos de sonrisas feroces, como en una pintura de Jorge de la Vega.

También la foto de viaje en Carlos Ginzburg, donde es el artista mismo quien mira a cámara desde variados escenarios exóticos. Esta personificación de la alienación, desmontaje de la figura creadora inocente y ajena, constituye una parodia urticante del turismo de masas y su racismo solapado.

Tanto Plat como Ginzburg desnaturalizan los usos más convencionales de la fotografía profesional y amateur al tiempo que se valen de sus códigos más característicos para usarlos a favor de las obras.

Como en un campo de batalla donde los cadáveres se apilan unos sobre otros, las fotografías de Plat y Ginzburg cargan con tres instancias de la violencia: la original de las vanguardias, la acometida por la publicidad y la restitución a cargo del pop.

 



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