La pasada de la obra aún no ha comenzado. Mientras las actrices están en camarines, este cronista descubre la figura delgada de la directora Leonor Manso entre sus colaboradoras, acomodando los elementos de la utilería que acaban de llegar: una inmensa cama blanca que domina el centro del escenario y también del drama fassbinderiano; los maniquíes blancos y desnudos como testigos mudos de la escena; espejos y pelucas que se amontonan pero que aún no tienen un lugar definido.
Al cronista le cuesta interrumpir el trabajo de esta mujer admirable, actriz y directora teatral con una andadura impresionante en el teatro, el cine y la TV. Y sin embargo ella se acerca con su sonrisa melancólica y una timidez nada fingida para contar acerca de las razones que la llevaron a aceptar volver a dirigir.
“Cuando una descubre un texto no sabe exactamente qué es lo que le atrae, pero intuye que allí hay algo mucho más importante que lo evidente. Y esa búsqueda es lo que hace que tenga sentido el trabajo”, dice Leonor Manso, quien hace poco había expresado su intención de alejarse un tanto de ese rol, el de directora, pero a quien esta obra y la insistencia de Muriel Santa Ana terminaron por convencer. “Las amargas lágrimas… es una obra sumamente atractiva y profunda. Ya la había leído en los setenta y también había visto el film. Ahora, al volver a ella, una se da cuenta de que ha madurado y surgen nuevas lecturas. La anécdota es simple: una pareja de dos mujeres con los conflictos que puede tener cualquier pareja heterosexual. Y como en toda pareja, aparece el tema del poder, que está en todos nosotros. Porque no sólo Petra y Karin tienen poder, también lo tiene Marlene, más allá de su sumisión manifiesta. Tiene el poder de decir que no, de tomarse un minuto más antes de acceder a las continuas exigencias de Petra. Todos tenemos ese poder y, como siempre, la cuestión pasa por cómo usamos ese poder. Podemos usarlo para hacer el bien y también para dominar al otro. Para controlar y para someter. Creo que de eso habla esta obra. Y del aprendizaje que hace Petra. Porque ella estuvo sometida por su marido y hace lo mismo con Karin. Quiere poseerla y someterla y no acepta su libertad. Para mí, el personaje de Karin es muy moderno, porque antepone su libertad ante todo. Y sabe decir que no. Sin pensar en qué puede pasar, sin valorar las consecuencias, lo que puede perder.
–Allí radica el sentido más profundamente político de la pieza. –Claro, esa necesidad de ejercer el control está en todos, empezando por el estado, que nos controla y trata de someternos y encuadrarnos. Algunos más y otros menos, por supuesto. Pero tenemos también el poder de decir que no. Lo que pasa es que nos cuesta, porque nosotros también tememos a las consecuencias que puedan venir y a no saber si podremos afrontarlas. Pero siempre, en última instancia, podemos decir que no. –Yo siento que cuando comienza la obra el personaje de Petra se despierta como de una pesadilla. Y allí inicia un derrotero de dolor gracias al cual se terminará liberando. Le pedí a la escenógrafa Graciela Galán que el espacio provocara la sensación de personajes encerrados en un sueño y entonces surgió la idea de paneles de tul que envuelven el escenario. Así como la cama también está cubierta por un mosquitero, que es retirado por Marlene y es entonces cuando Petra despierta y comienza la obra. Y después está la elección del plano inclinado: soy fanática del plano inclinado. Porque todos creemos que vamos muy seguros por la vida sobre tierra firme, cuando en realidad siempre estamos como en un plano inclinado. Y eso me parece genial para los actores, porque los saca de la seguridad de un piso que parece sólido. Por otra parte, pensé en Marlene como una directora de ese sueño que viven los personajes; ella los convoca y son como fantasmas que tienen presencia a partir de que Petra los menciona y adquieren vida, para ayudarla a recorrer su propio sueño. –La versión cinematográfica que Fassbinder hizo de su propio texto indica un lenguaje posible del cual hay que apartarse. En su film, por ejemplo, los maniquíes que aparecen permanentemente refuerzan la idea de la mujer objeto pero sin vida propia. Allí las mujeres son como muñecas sin sentimiento: no tienen alegría, ni tristeza. Son como autómatas. Pero en el teatro, son mujeres de carne y hueso las que relatan sus dolores. Y esos dolores hay que encarnarlos.
–Desde lo formal, ¿cuáles son las líneas que definen su versión de Petra von Kant?
–¿Cómo influye el hecho de que la obra tenga una versión cinematográfica notable y realizada por el mismo autor del texto?