En una ciudad que vive principalmente de su balneario, el doctor Stockmann descubre que sus aguas están contaminadas y advierte a la comunidad sobre los graves peligros que amenazan su salud. Pero tropieza con el rechazo de influyentes poderes y personajes, entre ellos su propio hermano y alcalde, además de propietarios y medios de comunicación. Todos parecen más preocupados por las pérdidas económicas que podría provocar el cierre del balneario que por la salud de las personas. En soledad, Stockmann enfrenta a políticos, periodistas y a sus vecinos, quienes olvidan sus propias diferencias para señalarlo como el enemigo común. Y lanza su célebre y polémica proclama: “La mayoría tiene la fuerza pero no tiene la razón. Tenemos la razón yo y algunos otros. La minoría siempre tiene razón”.
Casi desde su estreno, Un enemigo del pueblo –escrita por Henrik Ibsen en 1882 y convertida rápidamente en una de las piezas más exitosas y controversiales del dramaturgo noruego–, fue leída mayormente como una advertencia del precio que debe pagar quien se atreve a decir en voz alta aquello que nadie quiere oír: ser señalado como traidor por la comunidad a la que se pertenece. Fundamentalmente a partir de la difundida versión que del clásico realizó el norteamericano Arthur Miller, las sucesivas adaptaciones de la obra preservaban la calidad de “héroe justiciero” de Stockmann pero amortiguaban el indudable carácter intolerante y reaccionario de un personaje que, sin más, se despacha furiosamente contra la democracia en pos de una verdad que, al fin de cuentas, es tan sólo “su” verdad.
En Argentina, el Teatro San Martín abrió su temporada 1972 con el estreno de Un enemigo del pueblo en la Sala Martín Coronado, en la mencionada versión de Arthur Miller y con dirección de Roberto Durán. Los memoriosos recuerdan que, desde la primera función y hasta que bajó de cartel, el espectáculo fue un vendaval cargado de pasiones, no sólo por la calidad de la puesta en escena y sus intérpretes (Ernesto Bianco, Héctor Alterio, Osvaldo Terranova, entre otros), sino por la participación de los espectadores, que reaccionaban por la significación política de lo que ocurría en el escenario. Sin dudas algo muy movilizador se desprendía del texto ibseniano para los argentinos que, por entonces, comenzaban a imaginar el pronto retiro de un gobierno militar de facto (el de Alejandro Lanusse) y la recuperación del sistema democrático. Además, en 1972 empezaba a vislumbrarse el retorno de Juan Domingo Perón de su exilio en España y unas elecciones que, un año después, consagrarían a Héctor Cámpora como presidente. Cada función de Un enemigo del pueblo se sumergía fácilmente en la realidad cotidiana, porque la obra planteaba cuestiones en torno de la justicia y la libertad, sobre la vida en democracia, la corrupción de los poderosos, las claudicaciones políticas y la grandeza civil encarnada por el protagonista. En 1972, Un enemigo del pueblo, creada por un dramaturgo noruego y adaptada por un norteamericano, hablaba sin embates de la Argentina.
En 2007 y tras más de dos décadas de vida en democracia en el país, el San Martín volvió a programar en la Coronado Un enemigo del pueblo, esta vez dirigida por Sergio Renán y con Luis Brandoni y Alberto Segado en los papeles principales. La adaptación del propio Renán, –cuya acción trasladó a la década del cincuenta del siglo XX aunque sin una geografía determinada–, se esforzó por exponer los puntos de vista de los personajes con la elocuencia y la exhaustividad que propone Ibsen. “La famosa reflexión sobre que el hombre más fuerte del mundo es el que está solo y la más profundamente controvertida de que las mayorías nunca tienen la razón, son sin dudas el eje de la mirada de Ibsen”, expresaba por entonces el recordado director de La tregua. “Ante lo cual lo que cabe es su reproducción y el acuerdo o desacuerdo total o parcial del espectador”. Para Renán, la actitud de Stockman le confiere al personaje la condición de héroe. “No es un hombre común. No es un buen o maravilloso hombre común. Es más que eso. Por mi parte, y como buen escéptico, considero que esta historia refleja lo que es predominante en la conducta humana. El periplo de Stockmann, desde su descubrimiento de las aguas contaminadas y los agasajos que le brindan a raíz de ello hasta el abandono y la agresividad que recibe al final, ilustra con dolorosa claridad esa visión. Y yo me vinculo con la obra desde ese lugar”.
Debe haber pocas piezas teatrales de finales del siglo XIX que hoy, a comienzos del XXI, resulten tan irremediablemente actuales: la preocupación ecológica, la debilidad moral del periodismo, la corrupción política, la degradación del debate público, la confusión entre democracia y demagogia, son algunas de las marcas de su innegable contemporaneidad.
A más de un siglo de su estreno original, la más controvertida y polémica de las obras de Henrik Ibsen sigue interpelando al espectador por su inquietante exposición de las tensiones propias de la democracia, por las contradicciones que expone entre el bien común y el compromiso individual de un hombre enfrentado a su propia comunidad.
Ahora, en el Teatro Regio sube una nueva versión de Un enemigo del pueblo, con Juan Leyrado y Raúl Rizzo interpretando a Stockmann y su hermano alcalde, respectivamente. El director Lisandro Fiks, autor asimismo de la traducción y la adaptación, se basó en el texto original de Henrik Ibsen, y ambientó la historia en la Argentina de nuestros días.
Sólo resta comprobar cómo resuena este nuevo Enemigo del pueblo a los espectadores en tiempos de la posverdad.