# Sumario / "EL PEOR PECADO DEL HOMBRE ES VOLVERSE VIEJO"

«El peor pecado del hombre es volverse viejo»

Por Alberto Catena >> Fotos Carlos Furman
 

En 2016 y tras presenciar la versión escénica de su novela en la Sala Casacuberta del San Martín, Andrés Rivera dialogó con TEATRO sobre la naturaleza de su protagonista, Juan Manuel de Rosas, y de cómo se sirvió de la experiencia vital de “El Restaurador” para reflexionar sobre dos obsesiones recurrentes en su obra: la derrota y la traición. Como homenaje al gran escritor argentino recientemente fallecido, publicamos esta entrevista inédita, la última que concedió el autor de La revolución es un sueño eterno

 

Sentado en un sillón alto que se traga un poco su figura, Andrés Rivera le pide a Jorge, su hijo, que le alcance un vaso con gaseosa mientras espera, paciente,  las primeras preguntas. Se encuentra en un pequeño departamento en el piso 12 de un edificio de Belgrano, donde vivió hasta 2012, antes de regresar en forma definitiva al barrio de Bella Vista de Córdoba, donde reside actualmente con su compañera, Susana Fiorito. Este departamento porteño, cuyo living ofrece una formidable vista al Río de la Plata, permanece amueblado para cuando, por alguna razón que los convoca, él o su mujer necesitan regresar a Buenos Aires. El 4 de noviembre del año pasado el motivo de ese viaje a la Capital fue presenciar la versión teatral de su novela El farmer estrenada en el Teatro San Martín.

Andrés Rivera o Marcos Rivak, como de verdad fue anotado en el Registro Civil, o sus varias denominaciones de ficción, Arturo Reedson, Pablo Fontán, como se lo quiera llamar, tiene ya 86 años, la edad de algunos de los personajes reales o inventados que crecieron a la sombra de su notable escritura. Camina con cierta dificultad, pero sobre todo se le nota un claro malestar por las limitaciones a la que la vejez lo somete. Su mente, sin embargo, sigue lúcida, contesta con precisión y sin olvidar los detalles importantes que quiere señalar de un hecho, aunque siempre en ese tono lacónico y tajante que ya es un clásico en sus respuestas. Su voz no ha perdido el sonido cavernoso de otros años. Y una tos que revela los rastros del viejo fumador lo asalta de a ratos, aunque hace ya un tiempo que abandonó el cigarrillo.

La noche anterior, luego de la función, estuvo cenando con el elenco de El farmer en el tradicional Pepito, uno de sus restaurantes preferidos en Buenos Aires. Está cansado porque se desacostumbró a estar tantas horas fuera de su casa. Dice que lo impresionaron mucho las actuaciones pero no adelanta más opinión. La brevedad, seguida del silencio, ha sido un signo dominante de la prosa de Rivera, pero también de su habla, como si su comunicación verbal estuviera formateada por los mismos factores estructurales que conforman su estilo narrativo, su opción irrevocable por un lenguaje escueto, concentrado.

Rivera destaca luego la atinada composición de Pompeyo Audivert mostrando al Rosas anciano como un ser achacoso y lleno de dificultades físicas. “Es que era un tipo que cargaba con una derrota definitiva sobre sus hombros. Los hacendados bonaerenses le habían quitado su apoyo y lo dejaron flotando en el aire. Y eso es jodido. Y la hija, que era como su ama de llaves, se casó al tiempo de llegar al exilio. Él se siente traicionado.” No es casualidad que en el texto se hable de Rey Lear de William Shakespeare, uno de los autores que Rosas dice leer en la obra, junto con textos de Voltaire y Sarmiento. Se siente traicionado por sus hijos, en particular por los políticos.

La observación revela el propósito con el que Rivera abordó a Rosas: como un personaje que le permitía regresar a la derrota y la traición, dos de las obsesiones recurrentes de su obra. Ese individuo es ubicado en la lejanía de su destierro en las afueras de Southampton, que el autor sitúa por 1871 o 1872. Desde allí, despojado material y simbólicamente de sus propiedades y sin otras rentas que las procedentes de su granja inglesa, se dedica a la defensa de su nombre. Y brega en forma tenaz por restaurar su prestigio de caudillo a través de la escritura, su figura de pater patrias enlodada tras la batalla de Caseros. “Lo único que tiene de historia real esta novela es el nombre de Rosas”, afirma Rivera. Y agrega, riéndose un poco de su ocurrencia: “Bien podría definírsela como una obra existencialista, porque trata temas como la vejez, la soledad, la derrota y el exilio. Rosas ya no es en ese lugar aquel estanciero poderoso que dominaba el país en sus tiempos de esplendor.”

“Este es el otro hombre que Rivera rescata –afirma Marta Waldegaray en su libro Historia y brevedad narrativa. La escritura de Andrés Rivera– en El farmer y Ese manco Paz: el hombre viejo, desprotegido, despojado, olvidado (‘Patria, no te olvides de mí’, El farmer, 123), que se siente desamparado y abandonado. El Rosas “privado”: desprovisto de bienes, de reconocimiento, de afectos, de su vida pública”. El Rosas recluido en la privada y rutinaria orfandad de su granja inglesa. El farmer del exilio es también el Rosas que, políticamente ejecutado, quiere ser escritor. Si su imagen letrada emergía ya desde su rol de fundador de un orden político, policial, a través de la creación de un modelo de comportamiento (el rosista) en la escritura de reglas de conducta, de convenciones morales, consignas y sentencias esparcidas a lo largo de todo el texto, el Rosas de esas dos novelas y, en particular el de El farmer, es, o pretende ser, un referente literario.”

¿Pero cuál es su visión del Rosas histórico? Dice Rivera: “Nunca acepté la versión del Rosas tirano y déspota que daban los historiadores liberales. Sí había algo de eso en su paso por el poder, pero también había otra cosa. En él se fundía el caudillo, pero no en el sentido tradicional del término. No era un hombre de masas, capaz de actos de coraje como Facundo. Era todo lo opuesto, se parecía más a un lord inglés. Tampoco lo veo como un intelectual. Creo que no. Sí me parece que sabía, y esto es pura deducción, catalogar bien a sus interlocutores y aprovechar de ellos aquello que más le interesaba. Ese es Rosas. Caseros, donde se entrega, es la prueba de que Rosas no es un caudillo al estilo de Facundo. El riojano no lo hubiera hecho. Yo lo veo como un personaje característico y sintomático de un momento de la historia argentina. Pienso que los grandes hacendados bonaerenses necesitaban de un hombre como Rosas que consolidara su poder. Y lo pusieron ahí. Y ahí estuvo durante veinticinco años.”

“Esos hacendados bonaerenses, aunque en las condiciones actuales de un país y un campo modernizados, hoy siguen prevaleciendo, e imponen sus reglas y su visión de la nación”, sentencia Rivera. “Por otra parte, a Rosas le debemos la creación de todos los cuerpos represores, cualquiera sea el nombre bajo el cual se cobijen. Uno de esos cuerpos, quizás el más emblemático, en un período que obviamente no era el de Rosas, fue la Sección Especial de Represión al Comunismo. Quiero decir que la Mazorca es, en tiempos de Rosas, lo que los grupos represivos fueron durante la dictadura y lo que aún hoy son las comisarías del conurbano bonaerense, donde imperan la falta de escrúpulos, el desmán y la violencia. Son la ley.”

En la narrativa de Rivera, el arquetipo más logrado de ese hacendado es Saúl Bedoya, el personaje central de El amigo de Baudelaire, un astuto y cínico estanciero que en la segunda mitad del siglo XIX se enriqueció exportando cueros y lanas y comprando tierras a precio de remate. La escena inicial lo sorprende escribiendo un cuaderno de apuntes sobre su vida y la sociedad a la que pertenece. “El hombre, cuando escribe para que lo lean otros, miente. Yo, que escribo para mí, no me oculto la verdad. Digo: no temo descubrir, ante mí, lo que oculto a los demás.” Bedoya vive el tiempo de los desgarramientos que preludiaron el triunfo del liberalismo en el país, del nacimiento de la Argentina moderna, en la que él llega a ser juez.

Por su parte, el Rosas de El farmer revisa febrilmente los papeles de su archivo y activa sus recuerdos. Apunta Marta Waldegaray: “Estos documentos constituyen la preciada memoria del gobernante exiliado. El viejo relee en sus archivos las cartas delatoras enviadas por sus fieles partidarios y se refugia en el ejercicio solitario de copiarlas y recopiarlas en distinguida caligrafía. Ese cofre de delaciones es la caja negra de la modalidad autocrática del ejercicio de su poder, basado en el secreto y en el encierro. Es en este encierro donde el tiempo lineal de la novela se desvanece, el recuerdo se moviliza y el ícono Rosas se afirma.”

Respecto de Rosas, muchos historiadores reivindican actitudes como las que tuvo durante la Vuelta de Obligado. “Mi opinión es que él se movía respondiendo a determinados intereses –señala Rivera–. Qué compromisos adquiere Rosas con esos actos y con quién, por qué y cómo se mueve. Él no fue un estratega como San Martín, tampoco un gaucho de coraje como Facundo. Se asemejaba más a un granjero inglés. De ahí la denominación de El farmer. Lo que sí hay que decir es que por esa época Inglaterra era el puerto que cobijaba a cuanto insurrecto deambulaba por Europa y América. Veamos sino: ¿dónde vivió Marx? Pero ese desliz liberal no nos puede hacer olvidar que era también un imperio, en parte nada desdeñable y edificado sobre las depredaciones de los piratas como Sir Francis Drake.”

Sarmiento es una figura que aparece aludido en forma regular en las novelas de Rivera, sin embargo nunca lo transformó en personaje de ficción. “No, nunca se me cruzó tomarlo como base de una novela”, afirma el escritor. “Creo que es un personaje de nuestra historia con caracteres muy absolutos. No tiene fisuras, ni contradicciones fuertes como para abordarlas en un trabajo literario. Lo que no quiere decir que no las tenga en lo político. Me refiero a esos avatares humanos que despiertan la fantasía creadora. Pero también podría decir, como suele ocurrir en estos casos, que no tuve ganas de transitarlo, que no me motivaba. Castelli en cambio, por dar un ejemplo, fue un líder que afrontó un contraste atroz: se lo sindicaba como el orador de la Revolución de Mayo y murió de un cáncer que comenzó en su lengua. Esos elementos proveen al personaje de un intenso simbolismo. Rosas, dueño absoluto del poder en nuestro país, se convirtió en un personaje solitario y perdido en un condado remoto de Inglaterra. Se precipitó de la gloria al olvido.”
En cuanto al Manco Paz, Rivera afirma que se trata de una personalidad que le exigió un estudio más riguroso, en particular de la etapa de su juventud. “También sus años de prisión ofrecían un campo muy rico para la imaginación. ¿Qué le pasa a un tipo que sufre tantos años de cárcel? ¿Cómo vive después de eso? Son interrogantes que abren caminos interesantes para pensar una ficción.”

El escritor comienza a cansarse y busca con ojos imperiosos a su hijo, que habla por teléfono en otra habitación, para poder poner fin a la conversación. Sólo queda tiempo para una última pregunta: ¿piensa escribir algo más? Contesta con sinceridad: “No. Creo que es hora de poner un punto final.” Rivera desliza con una mirada cordial y esboza una leve sonrisa irónica, mientras levanta las cejas hacia su frente y dice en tono sentencioso: “El peor pecado del hombre es volverse viejo.”



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