Un director convoca a un grupo de actores para una obra, pero cuando la temporada de funciones termina, el elenco se desintegra. Esta fábula, muy común en el funcionamiento del teatro, refiere a un sistema que ya no convencía a Matías Feldman como artista del circuito independiente: él quería generar algo más profundo, una búsqueda que se prolongara en el tiempo y le permitiera investigar cuestiones que llevan un plazo mayor al de un montaje. Entonces, le propuso a los actores Luciano Suardi, Juliana Muras, Maitina De Marco, Guido Losantos, Lorena Vega, Javier Drolas, Juan Francisco Dasso, Rakhal Herrero, Emiliana De Cristofaro, Melisa Santoro formar la compañía que hoy conocemos como Buenos Aires Escénica. Con algunos de ellos habían creado Reflejos (2008 a 2011) y Hacia donde caen las cosas en el Teatro Sarmiento (2011).
El hecho de que los trabajos de la compañía fueran investigaciones puras (que no devinieran en el formato de obra) apunta a “evitar cualquier tendencia a una lógica más mercantil según la cual un producto debe funcionar», y, al mismo tiempo, a «encontrar maneras distintas de vincularnos con los espectadores como -por ejemplo- presentar las pruebas en lugares o en horarios poco convencionales”, relata Feldman, también docente y pianista. “Así, nos corrimos de la lógica imperante de producción-exhibición característica del teatro independiente, y nos encontramos con la posibilidad de reflexionar y explorar procedimientos, lenguajes y la percepción (algo que me apasiona) sin la presión de una fecha de estreno, ni de una medición a nivel espectacular. Porque, justamente, son pruebas, estudios”.
Para confeccionar dichas pruebas, Feldman propuso tópicos sobre los que le interesaba indagar junto con el resto del equipo. Por ahora son diez, Prueba I: El espectador, Prueba II: La desintegración, Prueba III: Las convenciones, Prueba IV: El tiempo, Prueba V: El ritmo, Prueba VI: La rima (aún no estrenada) y la Prueba 7: El hipervínculo. La elección de comenzar a explorar en torno al espectador fue una manera de situarlo como eje que más les atraía explorar dentro del hecho teatral. “Pretendíamos corrernos de la idea de espectador como el último orejón del tarro que viene a ver un espectáculo sólo para completar la experiencia de los que lo hacemos, pues es al revés: quienes hacemos teatro generamos materiales para provocar una experiencia en el espectador y correrlo del lugar de la mera observación”.
Otro aspecto a tener en cuenta: varias de las pruebas surgieron de las anteriores, aunque no sean consecutivas (por eso son presentadas en un orden distinto al de su numeración), como sucedió en el caso de La desintegración, que nació de la exploración en El espectador, donde la acción transcurría en un marco realista pero “con unos corrimientos de lo esperable bastante fuertes”. ¿A qué se refiere exactamente Feldman? “Por ejemplo, dos actores de veintitantos años interpretaban a niños de seis y ocho, pero el espectador podía olvidarse de eso, y percibir una especie de realismo”. De esa manera, notó cierta cualidad de elasticidad: hasta dónde se podía estirar el realismo, y cuándo se rompía y dejaba de serlo. “Se trata un movimiento que surge a finales del siglo XIX con la ilusión de imitar la realidad, como si ella fuera algo que pudiéramos aprehender”, expone. “Esta idea de mímesis fue mutando en el tiempo. El realismo de Chéjov, por ejemplo, no suena como ¨la realidad¨ de hoy. Entonces estamos frente a una realidad por defecto, un modelo de representación impuesto durante siglos de producción simbólica desde los medios hegemónicos de cine televisión y teatro mismo, que fue forjando malamente el realismo. Y, por ende, su falsa ilusión”.
Este fenómeno, que el dramaturgo define como “una injusticia perceptiva”, produce que uno crea ver “solamente acontecimiento, y no un modelo de representación”. Allí no se ve discurso, pincelada: «Pero eso es falso. Hay una pincelada muy gruesa y convenciones muy fuertes, como la cuarta pared, o que el hecho de que los personajes se sienten en una mesa y nadie quede de espaldas al público. Si mi mamá va a verlo, le parece normal porque ya está aprehendido”. Feldman y su grupo describen modos de hacer y de percibir en los espectadores y en quienes producen: en La desintegración atentaron con ciertas variables que integran a ese realismo, a partir de lo cual pudieran percibirse como fallas en el sistema. “Al notarse esas fallas, uno puede percibirlo como sistema y sentirlo tan monstruoso como un lenguaje extraño. Mientras, hasta ese momento, él tenía la capacidad de invisibilizarse como discurso”.
Sin embargo, dado que las pruebas constan de una instancia de exhibición a público por parte de los actores, entre otros aspectos constitutivos del hecho teatral, cabría preguntarse por la labilidad con la que el espectador podría confundirlas con lo que conoce como obra. “Hay casi una postura ética”, rebate Feldman. “Todo el grupo tiene la capacidad de producir un material interesante en sí mismo, pero no es lo que buscamos. Realmente queremos probar algo, sacar conclusiones sobre algún aspecto. Y la prueba no es sólo lo que ve el espectador, sino que cuenta con cuatro patas: la investigación en sí misma; la bitácora que hace nuestro dramaturgista (que no es lo mismo que el dramaturgo), una especie de diario de toda la investigación que puede ser solicitada por el espectador para leer más acerca del proceso; la presentación al público; y los workshops (algunos específicos para actores y otros, abiertos a toda la comunidad).
Estas pruebas, que tienen su génesis en el teatro independiente, dialogarán en su modo de producción con la del teatro oficial: “que tiene su propio público, sus protocolos”. En este caso, luego de la retrospectiva de las Pruebas en el Teatro Sarmiento, durante el 2017, El Hipervínculo desembarca en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, lo que “genera un vínculo teatral que se corre de lo usual, siendo en ese punto pariente de nuestra esencia, relativa a cuestionar y no repetir los lugares preestablecidos de las formas endurecidas de exhibición”.