Sebastián Schjaer entrenó su ópera prima, La omisión, en la Sala Leopoldo Lugones. El film, que tuvo su premier mundial en la última edición del Festival de Berlín, explora la historia de Paula (interpretada por Sofía Brito): una madre de 23 años que viaja al sur para buscar trabajo y ahorrar dinero, con la expectativa de irse, siempre, a otro lugar mejor. “Paula toma decisiones que la van llevando por pequeños caminos, hasta que al final elije por ella misma”, afirma Schjaer. Nacido en Buenos Aires en 1988, estudió en la Universidad del Cine, donde trabajó como profesor. Sus cortometrajes Mañana todas las cosas y El pasado roto fueron estrenados en el Festival de Cannes.
La película está centrada en los trayectos inesperados de su protagonista, como un deambular que la lleva a trabajos y relaciones tan efímeros como precarios, en las que el dinero cifra los vínculos. Como si el paisaje helado de Ushuaia concentrara un fragmento de esa vida, su fractura y su transición. La omisión surgió a partir de una fotografía que Schjaer encontró: una ruta desolada, cubierta de nieve, en la que había un auto estacionado en la banquina, y una chica cruzando muy cerca, con una campera amarilla. “A partir de esa imagen surgieron dos elementos. El espacio del sur y el personaje de Paula, alguien enigmático, a quien es difícil acceder”. Esa fotografía dispara la primera escena, en la que Paula escapa no sabemos muy bien de qué (una de las primeras omisiones), ni hacia dónde. “Me interesaba ver qué sucedía si ese instante se alargaba en una escena, que diera la sensación de que la película arrancaba ya empezada”.
En su recorrido por Ushuaia, que es también un derrotero por las zonas desoladas personales, Paula deberá lidiar con la hostilidad del paisaje, la vida laboral, afectiva y familiar, y la sensación de construir siempre en el derrumbe. “Quería tener al personaje en conflicto con el espacio, ver de qué manera se iban afectando el uno al otro”, señala Schjaer.
–¿Cómo fue su acercamiento a estos espacios?
–Ganamos un premio de un fondo holandés, que nos permitió hacer un viaje por el sur. Llegamos hasta Esquel, grabamos y sacamos fotos. Después, en el proceso de escritura, el espacio no terminaba de aparecer con contundencia. Entonces viajé a Ushuaia, donde no había ido nunca. Algo de esa ciudad de difícil acceso, complicaba el rodaje. Está construida para moverse en auto, y yo me movía a pie, caminaba 50 cuadras, pasaba por lugares muy lindos y zonas abandonadas, fabriles. Ahí escribí el guión y con ese espacio se armó el personaje de Paula.
–¿Qué elementos para construir encontró en esa experiencia?
–Aparecieron tres puntos. Por un lado, la ciudad queda en una isla, y este aislamiento se siente. Además, no había tanta población local, sino gente que había llegado de distintos puntos del país, buscando en Ushuaia un refugio. Como un tránsito hacia otra cosa que de a poco los va envolviendo. Paula también es un médano, te va abrazando, pero es un abrazo lleno de hostilidad. Y el tercer punto es esta idea del fin del mundo, de refugio en el desamparo. Este deseo de filmar en un lugar tan lejos y costoso, puso a la película en una nueva etapa, que había que replantear.
–¿Por qué esos espacios se configuran como utopías fallidas?
–Porque son paradojas. El plan de Paula es ir al fin del mundo para salir a Canadá, como una promesa absurda de antemano. En términos de rodaje, filmar muchas horas a la intemperie genera tensión entre las personas, lo cual hace difícil repetir tomas. El paisaje se nos impuso como deseo y como imposibilidad: es hermoso, nevado, y cuando se derrite es feo, es barro. El espacio se construye en la película más desde lo sonoro que desde lo visual, mientras vemos los rostros de los personajes.
–La cámara parece acompañar a los personajes sin juzgarlos…
–Es una relación magnética, como si entre la cámara y los personajes hubiera una soga que siempre hay que mantener en tensión. Una parte invisible en esta construcción, tiene que ver con el sonido. Fue una herramienta que usamos en la posproducción, donde creamos lo que se escucha, desde ruidos muy pequeños hasta atmósferas muy grandes sobre las escenas.
–El dinero es un motivo recurrente en la película, ¿por qué?
–Para Paula, el dinero es la posibilidad de forjar una relación con alguien: con su hermana, con su novio, con la compañera de trabajo, con su jefe, con el chico con quien empieza una relación. El dinero aparece regulando las relaciones laborales y afectivas, desde tener sexo hasta dar un beso en un auto. Siempre se están intercambiando billetes. Está ligado a otro problema de La omisión que es el trabajo, lo inestable de tener que buscarlo donde se pueda, todo el tiempo. Una condición de estar siempre entre las cosas y no poder terminar de definir.
–¿Qué zonas estéticas o narrativas personales empieza a reconocer en la película?
–Me resulta cercano, que no quiere decir que la película se parezca a mi vida, la indeterminación en relación con las cosas. En la película, Paula decide como mujer antes que como madre, y eso puede ser socialmente juzgado como egoísta. Me interesa esta zona, la posibilidad de afirmar que uno es pero que también es la necesidad o la posibilidad del cambio. Al final, no se puede decir de Paula que tiene determinadas características y por eso actúa así. En eso la mayoría de las películas son tramposas. Se nos exige todo el tiempo definirnos y ser de una manera, actuar de un modo consecuente y psicológicamente previsible, y contra eso la película intenta rebelarse.