He quedado destruido, o al menos transformado
hasta el punto de no reconocerme, porque en mí
se ha destruido la ley, que
–hasta este momento–
me había hecho hermano de los demás:
un chico normal, o al menos no anormal,
o anormal como todos… aunque
(¿es necesario decirlo?) rebosante
de todos los errores que mi clase
y mi nivel social dentro de ésta,
lleva aparejados –y que de todas maneras el privilegio resarce.
No obstante,
yo, antes de que entrases en mi vida
–poniéndola en discusión
y transformándola en un mundo de escombros–
era como todos mis compañeros.
Es, pues, a través de la destrucción de todo esto
que me hacía igual a los demás,
como me convierto ahora
–cosa inaudita e inaceptable– en DIFERENTE.