Luciano Suardi, actor, director y docente, se formó con Alejandra Boero, entre otros maestros. En la escuela de Boero se trabajaba la comedia: Shakespeare, Goldoni, Molière, Beaumarchais, y allí Suardi tomó contacto con esos materiales. “Alejandra amaba a Goldoni y trabajaba en la escuela sus textos más conocidos: Arlequino, servidor de dos patrones, La posadera, Los chismes de las mujeres. Mi madre me trajo de un viaje a España una publicación de El adulador, en la que encontré una comedia política que me sorprendió mucho, porque se alejaba de lo que conocía de Goldoni”.
Cuando el director fue convocado por el Complejo Teatral de Buenos Aires, que para la temporada 2019 propuso un eje político además de la temporada internacional ITALIA IN SCENA, Suardi recordó esa primera lectura de El adulador. “Volví a leerla y me sorprendió muchísimo por su vigencia y actualidad tan eficiente”. El Teatro Regio, que presenta clásicos con una mirada contemporánea, se vuelve casa (y palacio de gobernación) donde la comedia revela las muecas amargas de los abusos de poder, en un Goldoni diferente, que se aparta de las imágenes tipificadas y las máscaras de la Commedia dell’Arte, pero que sigue haciendo de la risa y el ridículo, crítica y antídoto contra el poder.
– ¿Cómo fue el trabajo sobre el material a partir de este interés?
– Goldoni estaba intentando una comedia más realista y alejarse de la Commedia dell’Arte. De alguna manera retomo eso y lo aprovecho porque no sé hacer ese género ni tampoco sé cómo se haría hoy. Cuando Goldoni empieza a escribir, la Comedia del arte, que era improvisada, entra en crisis. El autor buscaba un aspecto más realista, ligado a lo político y a la vida social de la época. En esta versión, que tiene mi adaptación, hay tipos fijos que están alejados: el Bufón es el Arlequino, pero como personaje se distancia del que conocemos a través del Arlequino, servidor de dos patrones, por eso decidí nombrarlo como Bufón del Gobernador. De esta manera, podíamos iniciar con el actor una búsqueda expresiva personal, que no tiene que ver con lo que uno supone que es Arlequino. Otros tipos, como Pantaleón, un comerciante, es un nuevo emprendedor en la versión. Me pareció más interesante continuar este alejamiento de la comedia, más allá que el mismo Goldoni tuvo que cambiar el final de El adulador, porque en él ocurría algo no apropiado para la comedia de la época.
– ¿Por qué su versión recupera el final original?
–Volvimos a él porque nos parece más interesante, de alguna manera se aleja de la comedia, y algo de eso pretende esta versión. Agregué un texto que no estaba en la obra, un personaje dice: “si yo hago esto, se acaba la comedia”. Este final tiene un peso dramático distinto a las comedias donde todo se resuelve en un final festivo, brindando. El riesgo entonces es transmitir un final que diga: “aquí no ha pasado nada”. En cambio, volver al final original permite decir: “no somos los mismos después de lo que vivimos”. Las decisiones que tomamos tienen consecuencias.
– ¿Cuáles fueron los mayores desafíos de este trabajo?
– El desafío era encontrarle el tono a una comedia de Goldoni hoy. Los actores que elegí no necesariamente tienen un tránsito por el género de la comedia, y eso me interesaba. La comedia, si bien necesita cierta exageración, también necesita un costado no psicológico de pensamiento, pues se pasa del blanco al negro sin la transición que tienen los tiempos realistas. La mayor dificultad fue que no perdiera verosimilitud. No creo que sea una obra hilarante, que despierte risas de principio a fin, lo cual tampoco me interesa. Sí que entretenga, por supuesto, como comedia de enredos, de entradas y salidas de muchísimo ritmo. Una de las dificultades al imprimir el ritmo, cuando el actor está buscando pierde ciertas capas que está trabajando, porque el ritmo acelera y suele poner todo en el mismo plano. Una de las grandes dificultades fue mantener el ritmo, pero que no esté todo en el mismo nivel de importancia desde la acción y los personajes.
– ¿Cómo fue trabajado el diseño de escenografía?
– Si bien Goldoni pide la sala del Gobernador, con Rodrigo González Garillo, el escenógrafo del espectáculo, queríamos generar una especie de pasillo. No quería sentar a trabajar al Gobernador, tenía la sensación que su secretario, el Adulador, lo tiene que perseguir, porque el personaje es un vago, que está más preocupado por el postre de su cocinera o de seducir a una mujer casada que por las cuestiones de Estado. Esto en la obra es una de las principales críticas a cierta clase política. El espacio es un lugar de tránsito, y quería darme el lujo de un telón pintado, como homenaje a cierta teatralidad de aquella época. Hay trastos que suben y bajan para armar ese pasillo de la gobernación. Con González Garillo nos situamos en el barroco, y más precisamente en el rococó. Mantuvimos el carácter festivo de la comedia en relación a la presencia del brillo, dorado, color, flores, ángeles. Además, hay funcionarios que hoy gobiernan en palacios que tienen más de 200 años. Para que el espectáculo tenga una resonancia actual no necesito que la escenografía sea de un realismo contemporáneo. Si tiene que resonar va a resonar igual.
– ¿Esta estética se continúa en el vestuario?
– El vestuario de Betiana Temkin es más moderno y atemporal. Las mujeres, por ejemplo, no tienen faldas hasta el piso como en la época, tienen vestidos cortos. Sin embargo, jugamos mucho con el color y con cierta reminiscencia barroca en los detalles, los peinados y las pelucas tienen esa resonancia. Chanel en la colección del 2013 toma muchos elementos del barroco en un vestuario absolutamente contemporáneo. Me gustaba el guiño de producir con un signo barroco algo que puede ser muy moderno y usado por Chanel o Dolce & Gabbana en la Italia de hoy.
– ¿Cuáles fueron los mayores aprendizajes durante el proceso?
– Era un desafío muy grande, nunca había montado una comedia, si bien había aspectos de comicidad en otros textos que me tocaron dirigir. Por otro lado era una comedia un poco atípica en relación al género y por eso me atreví y la elegí, porque contenía una crítica social y política muy poderosa que es bienvenida en estos tiempos. Quería mostrar algo de esta clase corrompida y de su desprecio por las clases populares. Por ejemplo, ponen preso a un comerciante sin procesarlo, le arman una causa por contrabando, entre otros manejos turbios que tiene la obra en relación a cómo un gobernante se deja embaucar por un ministro corrupto. Había algo de este giro de la comedia que me interesaba y quería trabajar, incluso sin saber si iba a interesar o podía funcionar. Los actores me decían: “¿Si me estas pidiendo esto acá arriba ahora me tengo que ir allá abajo?” Hay algo de ese trabajo y ese tono que me obsesionó desde que supe que iba a montar esta obra.