# Dossier 2 / LAS AMARGAS LáGRIMAS DE PETRA VON KANT / LA LIBERACIóN QUE TRAE LA SOLEDAD NOTAS RELACIONADAS       

La liberación que trae la soledad

>> Fotos Carlos Furman
 

La protagonista de Las amargas lágrimas de Petra von Kant, la pieza de Fassbinder que subió a escena en la Sala Cunill Cabanellas, descubre en esta entrevista las particularidades de un personaje al que considera “su Hamlet”, en relación con el compromiso profesional y personal que le exigió llevar adelante prestar el cuerpo a una mujer que “decide arrojarse al vacío, a lo desconocido, para preguntarse realmente quién es, qué quiere ser y cómo quiere vivir su vida”

 

Muriel Santa Ana recorre los espacios del San Martín con la naturalidad de quien está en su casa. En gran medida es así, porque conoce todos los rincones de este Teatro donde su padre, el recordado Walter Santa Ana, supo ser integrante destacado del elenco estable y protagonizar algunos de los espectáculos más importantes de su historia, desde el inolvidable Galileo de Brecht en los ochenta hasta su extraordinaria última actuación en  Krapp, la última cinta magnética de Beckett. Pero Muriel hace rato que es mucho más que la hija de Walter Santa Ana: basta recordar su participación en Tres hermanas de Chéjov, La casa de Bernarda Alba de García Lorca y, muy especialmente, su exquisita Rosaura en La vida es sueño de Calderón. Ahora la actriz ensaya la obra que considera su mayor desafío hasta el momento: Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Rainer Werner Fassbinder, un proyecto personal que presentó al San Martín y para el cual entusiasmó a Leonor Manso, quien estaba alejada de la dirección.

–¿Cómo fue que se encontró con la obra y qué fue lo que le interesó especialmente?

–Mi primer encuentro con Petra von Kant fue a través del film de Fassbinder, en un ciclo de la Lugones. Esas imágenes me quedaron grabadas. Años más tarde, un día estaba trabajando con Diego Manso, escritor y amigo, buscando obras para hacer. Sentía la necesidad de llevar adelante un proyecto personal que me significara un desafío, un concepto muy denostado hoy en día. Y él se paró, sacó el libro de la biblioteca y me dijo: “tenés que hacer esta obra”. La leí ese mismo día y algo me resonó. Hoy podría decir que mucho, pero en ese momento estaba haciendo otras cosas, aunque algo fue germinando. Volví a leerla y empecé a ilusionarme, y a pensar en quién podía dirigirla. Me dije: “No sé cómo, ni dónde, pero la hago”. Entonces pensé en Leonor Manso y en el San Martín, donde me aceptaron el proyecto con mucho entusiasmo. Allí comenzó esta aventura que ahora, a minutos de estrenar y abrir la puerta de esta intimidad, aún no tengo respuestas cerradas. Es un proceso de búsqueda y lo seguirá siendo durante las funciones, bajo la rigurosa y severa mirada de Leonor Manso. Aún me encuentro a la búsqueda de Petra, de la obra y de mí misma. Como siempre, una forma de seguir indagando sobre el misterio de la vida.


–¿Qué descubrió de Petra?

–Cuando leí la obra sentí una empatía inmediata con su derrotero, con su peripecia. Porque es una mujer rota, muerta en algún sentido, tiene algo muerto dentro de sí. Lucha en un mundo patriarcal, para tener un lugar. Se habla mucho del éxito de esta mujer pero también se descubre que tuvo un pasado muy duro, que quedó viuda estando embarazada de su hija y más tarde tuvo una relación que pretendía libre pero en la que termina siendo abusada por el hombre. Y ella consiente ese abuso por vergüenza y un poco por culpa, porque siente culpa por ser más exitosa y ganar más dinero que el hombre. Es una mujer obligada a hacerse fuerte, a sostener los mandatos del deber ser. Entonces irrumpe Karin en su vida y ella enloquece de amor, hace todo por poseerla y esa relación lo cambia todo: su seguridad, lo que ella creía ser. Hasta que Karin se va y ella entiende lo que significa ser abandonada, por lo que decide abismarse, arrojarse al vacío, a lo desconocido, para preguntarse realmente quién es, qué quiere ser y cómo quiere vivir su vida, el amor, la experiencia como hija y como madre. Petra decide correrse de todo límite y abismarse en el horror. Y descubre que del horror se vuelve. Distinta, pero se vuelve. Se vuelve con otra dignidad.


–Si algo caracteriza a Fassbinder es su obsesión por llevar su propia vida al teatro y al cine. En el caso de Petra, se ha dicho que es un personaje muy autobiográfico. ¿Cuánto de Muriel Santa Ana hay en esta Petra?

–Siempre es bueno preguntarse cuánto hay de uno en el trabajo. Para empezar hay un cuerpo al servicio de una poética y una idea de dirección. Leonor Manso no permite la menor distracción del campo emocional. Y entonces allí prestás tus emociones y tu pasado. Vaciarse de un montón de cosas para que vuelvan en forma de locura. Petra enloquece y me vi profundamente afectada por la obra en estos dos meses de ensayo. Y no hay placer más grande que salir de la realidad y ser llevada a otras zonas, a este mundo poético que hemos creado. Hoy no quiero vivir otra vida que no sea ésta, ser Petra.


–¿Qué significa Petra para su carrera? ¿Encontró ese desafío personal que estaba buscando?

–Para mí Petra es hoy el equivalente a un Hamlet. Es escalar un Himalaya y así lo quiero pensar. Los actores no tenemos muchas oportunidades de interpretar grandes personajes, menos aún las mujeres. Y cada vez menos. Hago el paralelismo con Hamlet porque en mi carrera, cuando accedí a papeles importantes, siempre estuve acompañado por hombres. Esta es la primera vez que estoy acompañada sólo por mujeres y además llevando adelante un protagónico. Y estoy agradecida que a los 50 años haya llegado este desafío.


–Alfredo Alcón decía que los grandes personajes son como ejercicios de humillación: uno sabe que no podrá llegar a lo más alto pero el solo hecho de intentarlo, de tratar de acercarse lo más posible, hace que uno crezca…

–Me parece hermosísimo eso y coincido totalmente. Es un ejercicio de humillación. Comprendés algo de la dimensión de la obra de arte y de la pequeñez de uno frente a un gran creador y sus palabras e ideas. Pero ponerse en camino hacia una búsqueda, ni siquiera a llegar, no es poco…


–Más allá de ser una obra escrita para seis mujeres, en esta producción se dio el hecho de que el equipo artístico y técnico está íntegramente conformado por mujeres. ¿Eso hace alguna diferencia?

–No fue una decisión de que sea así sino que se dio naturalmente. No hago ninguna diferenciación por eso. Pero me parece natural que sea así.


Las amargas lágrimas… ha sido leído como una obra muy política, en sentido que existe una equiparación entre las relaciones que establecen sus personajes con las esferas de dominación en la sociedad capitalista

–Evidentemente es una obra política, y en ese sentido es casi un manifiesto. Fassbinder prefería a la mujer para hablar de la opresión, sencillamente porque la mujer siempre ha sido oprimida. Petra es una mujer dominada por su marido y en su historia con Karin reproduce ese modelo de dominación, que se repite en la relación con su asistente-criada muda, Marlene, a la que trata como una esclava, una sierva. Y cuando hacia el final Petra puede ver a esa mujer como una persona, Marlene decide marcharse, porque no puede aceptar no ser maltratada. Prefiere seguir siendo una esclava. No puede soportar, por su condición de clase, ser tratada de otra manera, no ser dominada y recibir órdenes. La homologación con lo que sucede en nuestras sociedades es evidente. Las amargas lágrimas… muestra la relación claustrofóbica entre tres mujeres que, sin dudas, representan a las diferentes clases sociales.


–Luego de tocar fondo, Petra, casi una muñeca, parece haber descubierto algo del orden de lo humano…

–A diferencia de Karin, que es un personaje libre, alguien que no miente, Petra está llena de máscaras que se van cayendo a pedazos y así puede renacer del horror. Pienso que esta obra es un canto a la liberación que trae la soledad. A la soledad a la que tanto tememos, sobre todo las mujeres, por un mandato que nos lleva a convencernos de que no podemos llevar nuestra vida sin un hombre al lado. Lo tenemos en nuestro ADN: mujer es casi un equivalente a sometimiento. Petra descubre finalmente que hay que amar sin exigir nada. Ese es su gran aprendizaje.



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