Formas y excesos

>> Fotos Carlos Furman
 

Alejandro Awada, Guillermo Arengo y Noralih Gago, tres de los protagonistas de El adulador, la comedia desconcertante y anómala de Carlo Goldoni con dirección de Luciano Suardi presentada en el Teatro Regio, reflexionan sobre algo que no es deudor del texto dramático y tiene su propia autonomía y potencia: la actuación.

 

¿Cómo se actúa la Commedia dell’Arte? ¿Una estética teatral supone necesariamente un código de actuación? Alejandro Awada, Guillermo Arengo y Noralih Gago reflexionan sobre su trabajo, como actores y actrices, capaces de resonar, multiplicar sentidos y generar una poética propia en diálogo con todos los elementos y lenguajes que conforman El adulador. Un espectáculo que pasa de la risa a las formas disonantes más amargas, sobre los abusos de aquellos que detentan el poder.   

“En principio, tener entre manos un material de Goldoni fue raro. Creía que era un teatro un poco anacrónico, ingenuo”, reflexiona Guillermo Arengo. Su personaje es Don Sancio, el gobernador manipulado por su secretario a través de adulaciones. Desde la primera lectura, Arengo se interesó por el diálogo con la actividad política presente, lo cual le permitió relacionarse con este texto situado alrededor de 1750. “Lo que yo entendía de Goldoni como pura comedia, el Arlequín y toda esa saga, aquí me encontré con una comedia dramática, con cuestionamientos y preguntas a la sociedad y los espacios de poder”, afirma Alejandro Awada. El actor interpreta a Don Segismundo, el adulador que disfruta de este vicio a la vez que desnuda los usos y costumbres de una clase política decadente, que se procura lo que necesita en beneficio propio. Por eso para Awada no representó una dificultad adicional pasar de la comedia a su revés, allí donde termina la risa porque emerge la tragedia social. “Fue sencillamente comprender por dónde quería ir el director y trabajar esas circunstancias. Es la tercera obra que hago con Luciano y confío plenamente en su mirada y su inteligencia”.  

Se trata de la primera vez que el director y docente Luciano Suardi montó una comedia, asumiendo el desafío de un Goldoni contemporáneo. “Nos transmitió que íbamos a descubrir el tono en el transcurso del trabajo, no llegó con la obra diseñada”, recuerda Noralih Gago, quien interpreta a Doña Luisa, la esposa ridícula del personaje de Arengo. Una madre dominante y despótica, en un rango expresivo como primera dama que pasa de la frivolidad al cálculo. “Proponer es mucho más apasionante para las actrices y actores, pero también más angustiante, como la libertad. Es más difícil ser libre, pero mucho más disfrutable”.   

Suardi aprovechó el intento de Goldoni de apartarse de las formas tradicionales de la Commedia dell’Arte en esta pieza, para iniciar una búsqueda expresiva de los actores que se alejara de tipos fijos o imágenes preconcebidas. Como sucede en el teatro oficial, el proceso de ensayo fue riguroso en cuanto a la cantidad de días y horarios: seis horas diarias de martes a domingo. Alejandro Awada señala la importancia de estos primeros pasos, tal vez los más difíciles: apoderarse del texto y relacionarse con los compañeros. “Aquí  tuvimos la chance de jugar y divertirnos para encontrar aquello que queríamos contar.”

Una vez que las escenas sucedían enlazadas, empezó el trabajo por establecer un código y con ello las dudas sobre cómo ingresar al material. “Fue un trabajo intuitivo, nunca fue en solitario, con el resto del equipo y con el director, obviamente”, afirma Gago. Awada sostiene que es esencial trabajar con lo que viene escrito y desde allí relacionarse con sus compañeros. “No voy a decir nada nuevo: pensamiento, relación, circunstancias dadas, acción. Una vez que el texto está aprendido, lo suelto, no vuelvo a él. Me apoyo en el vínculo, la relación, lo que se encuentra dentro de la palabra”.

Este trabajo por etapas, incluyó en las pasadas parciales (el ensayo de algunas escenas aisladas) mayor tiempo de búsqueda y profundización de los personajes, sus colores. Uno de los mayores desafìos para Suardi, era poder sostener un ritmo de comedia de enredos, de entradas y salidas vertiginosas, sin que por eso las actuaciones se aplanaran o perdieran verosimilitud. Además de establecer un código en común, el pasaje de la intimidad de la sala de ensayo al Teatro Regio supuso, como suele suceder, un cambio en la proyección de los intérpretes. “Al principio sentís que estás exagerando todo, hasta que eso entra en una medida justa y empezamos a tomar un mismo ritmo, color e intensidad”, afirma Noralih Gago. 

Para Guillermo Arengo, es la primera vez que construye una forma actoral como la que este espectáculo convoca. “Dudé mucho, porque en general tengo una idea más económica del trabajo, de las formas artísticas. Claramente esta obra nos pedía lo contrario, un trabajo con las formas más excedidas. Como actor uno quiere producir más que una forma, generar un contenido donde el cuerpo, que es tu herramienta, vibre. Cuando es solo forma parece que hay una parte del compromiso que no se produce.”

Cuando finalmente confluyeron todos los elementos y capas de la puesta en escena, el trabajo de Rodrigo González Garillo en la escenografía, de Betiana Temkin en la peluquería y vestuario, y de Ricardo Sica en el diseño de iluminación, sucedió algo del orden de la estridencia, del amaneramiento, de lo ruidoso. “Fue hermoso porque lo que estás trabajando empieza a tener colores, formas, densidad”, según Noralih. “Nos tuvimos que acostumbrar a unos pelucones grandes y pesados, a zapatos muy altos. Entraba Francisco Lumerman con una peluquita rubia, ese look de Malagata o grupo musical tropical, era difícil vernos y no tentarnos.” Para Arengo, entonces, se armó una ecología pertinente a estas formas de actuación que nunca había abordado y sobre las cuales tiene bastante prejuicio cuando es espectador: los límites de la expansión de la forma. Es decir, la relación, siempre tensa y complementaria, entre forma y contenido, figura y fondo. 

¿Cómo se actúa la corrupción o la ineficiencia? ¿Se puede entretener sin buscar la risa de principio a fin? Si actuar es opinar, ¿cómo se le pone el cuerpo a una comedia política? “El personaje de Alejandro Awada, el adulador, es el psicópata o sociópata y Sancio, el gobernador, su complementario”, afirma Arengo. “El psicópata tiene su complementario que se ubica a partir de la negación en un lugar de comodidad, de privilegios, y eso siempre es interesante para actuar. Evidentemente en estos tiempos que corren, no solo en Argentina sino en Occidente, parecería ser que cierta didáctica que propone la obra vuelve a ser necesaria. Hay que volver a ella.”



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