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“Blum es diferente”

>> Fotos Carlos Furman
 

“Me atrajo mucho la transformación increíble de ese hombre que pasa de la frialdad de un millonario ajeno a los asuntos de los sentimientos a la locura de un hombre enamorado”, dice el gran actor argentino sobre el motivo que lo llevó a aceptar un papel “muy diferente a cualquier otro que haya hecho jamás”.

 

Para cualquiera que haya vivido los años ochenta en Buenos Aires, resulta inevitable escindir la figura de Humberto Tortonese de los escenarios del under porteño, cuando con Batato Barea y Alejandro Urdampilleta formó el legendario trío que deslumbró, con locura y desparpajo, a quienes por entonces se atrincheraban en espacios como el Parakultural o Cemento, en busca de un antídoto frente al horror de la dictadura. Hoy idealizados, pocos recuerdan que en esos sitios, antes de la recuperación de la democracia –y aún después— era frecuente que artistas y público terminaran la noche en una celda. De hecho, algo de eso ocurrió durante la performance inaugural de Tortonese en el Parakultural, cuya recitación de las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer ataviado con una corona de preservativos en la cabeza, fue fatalmente interrumpida por las fuerzas parapolicales.

Años después, tras la muerte de Batato, Tortonese y Urdapilleta conocerían el éxito en la TV de la mano de Antonio Gasalla, quien supo aprovechar para su programa la explosión creativa de esos dos dementes capaces de arrastrarse de los pelos y acometer contra los decorados de Canal 7. El resto de la historia es más conocida: partenaire a su tiempo de Susana Giménez y Mariana Fabbiani en la tele, cómplice de Elizabeth “La Negra” Vernaci en la radio.

Sin embargo, pocos recuerdan al Tortonese que, en un registro actoral muy diferente, a mediados de los noventa se puso a las órdenes de Alberto Ure para sus originales puestas de En familia de Florencio Sánchez y Don Juan de Molière. O al Tortonese que brillaba en La voz humana de Jean Cocteau, para el cual asumió también la dirección, en una puesta que ofrecía un original matiz grotesco del célebre monólogo.

Sólo algunos ejemplos de la capacidad de Humberto Tortonese para navegar con fluidez y talento entre géneros, registros y personajes bien disímiles, como parece ser el Cayetano Blum que, escrito por Enrique Santos Discépolo para él mismo hace casi siete décadas, ahora le toca encarar sobre el escenario del Teatro Regio.  


—¿Qué fue lo primero que le sedujo de Cayetano Blum?

—Sin dudas, Blum es un personaje delicioso y muy diferente a cualquier otro que haya hecho nunca. Blum está inmerso en su mundo de dinero y eso lo abarca todo. Está convencido de que el amor jamás entrará en su vida y, aunque tiene amantes, asegura a quien quiera oírlo que el “no ama”. Hasta que en un momento se produce un quiebre, aparece una mujer y, como suele suceder con el amor, todo cambia.

—Imposible no empatizar con él.

—Claro. Me atrajo mucho la transformación increíble de ese hombre que pasa de la frialdad de un millonario ajeno a los asuntos de los sentimientos a la locura de un hombre enamorado, casi obsesionado te diría, que deja de lado todo su mundo por el influjo de una mujer. Y entonces, cuando se da cuenta de que no es correspondido, se convierte en un ser totalmente débil. La frustración que provoca el amor no correspondido. Es hermoso cómo Discépolo muestra la debilidad absoluta de un hombre fuerte que termina sin saber cómo seguir con su vida.

—¿Cómo se aborda un personaje así?

—No sé muy bien cómo se construye un personaje. Me muevo por intuición a partir de las situaciones que propone el libro. En principio, el hecho de tener tanto texto me dio un poco de miedo. Pero después, a medida que transcurrían los ensayos, todo se fue dando de manera un poco mágica. Igual en la relación con los personajes que van apareciendo. Lo vas descubriendo y empezás a sacarle matices.


—El hecho de tratarse de una obra escrita por una figura icónica de la cultura nacional, quien además la concibió para interpretarla él mismo, ¿influyó de alguna manera?

—Influyó para bien, porque la obra está tan bien escrita que facilita la creación del actor. Después, obviamente uno lo construye desde uno mismo. Pienso que Discépolo era más grotesco aún. Disfruto mucho de “masticar” este texto y agregarle cosas propias que, pienso, serían aprobadas por él. Porque Discepolín era, a su modo, un outsider. Alguien que podía ir desde el humor que provoca las situaciones en el primer acto para enseguida, en el segundo actor, mostrar todo el patetismo de un hombre vencido por su amor no correspondido.


—¿De dónde proviene esa raíz trágica de los grandes cómicos?

–Es que la comicidad está ahí, al borde de todo. No se da al revés, con los grandes trágicos, quizá porque una cosa es querer hacerse el gracioso y otra bien distinta, tener esa gracia naturalmente. Me gusta mucho ese pasaje de lo grotesco a lo trágico y de allí a lo desopilante. Porque el exceso, el desborde, terminan siendo cómicos. Hay una tensión que liberar que, si no, provoca que te hundas en abismos insondables.



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