# Dossier 2 / PARIAS / PLATóNOV, ENTRE HAMLET Y DON JUAN

Platónov, entre Hamlet y Don Juan

Por VIctoria Eandi
 

Sobre Platónov de Antón Chéjov

 

 

“Si burlar es hábito antiguo mío ¿qué me preguntas, sabiendo mi condición?”, contesta el primer Don Juan de la escena española cuando le preguntan si pretende gozar de una pescadora. Si se cambiara “burlar” por “amar” podría adjudicársele esta misma frase a Platónov, el personaje de la obra homónima de Antón Chéjov. Es que el seductor ruso funciona como un espejo invertido de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina. Su problema reside en que no puede evitar seducir a todas (y todos), pero nunca su intención es burlar: “Amo a todas”, manifiesta el protagonista chéjoviano.

Platónov es la primera obra de Chéjov, escrita hacia 1878, cuando tenía 19 años. No se  publicó ni se representó en vida del autor. Se conoció recién en 1920 cuando fue encontrada en un banco de Moscú, en la caja de seguridad de su hermana. Faltaban algunas páginas, entre ellas la que tenía el título. Por una carta del hermano se cree que era Bezotsóvshina, que alude a la ausencia de padre; podría ser “los sin padre”, pero se ha difundido principalmente con el nombre del protagonista, eje absoluto de la acción. También se la ha conocido como Ese loco de Platónov, Los amores de Platónov, Miel salvaje (en una versión de 1984 del dramaturgo Michael Frayn), e incluso como Pieza sin nombre. El título Pieza inconclusa para piano mecánico de la película de Nikita Mijalkov, basada en esta obra, es también sugerente en cuanto a lo inacabado o lo faltante.

Juan Guerrero Zamora explica en su Historia del teatro contemporáneo que “el seductor chéjoviano seduce a su pesar, de ahí la índole subyacentemente grotesca de su imperio, mientras que Don Juan es acosador y no acosado; jamás el español se negaría a la ferviente solicitud de una viuda física y temperamentalmente como lo está dotada Anna Petrovna y, en cambio, Platónov se resiste y no porque ignore su atractivo…”. En realidad, de acuerdo a este autor, el protagonista de esta comedia (así la clasifica) es un idealista, afecto al amor universal de los seres. “Don Juan, en las mismas condiciones, sería sexo”, afirma. “Sería fugacidad, cambio, suplencia, relevo, donde Platónov es multivalente constancia”.

Pero aunque más no fuera por la complejidad de Platónov –personaje disparador de todos los conflictos– hoy sigue valiendo la pena volver a abordar esta obra. Se trata de una criatura sumamente rica, prolífica en matices y contradicciones, lo que ofrece al actor y al director múltiples maneras de enfocarla, un abanico que va de lo trágico a lo cómico y de nuevo a lo trágico. Es egoísta, caprichoso y egocéntrico pero a la vez sincero y consciente de la inmoralidad y la indiferencia reinantes. Por momentos se ama principalmente a sí mismo pero también ama a todas, y por momentos no ama a nadie y, por sobre todo, se odia a sí mismo. Saca lo mejor y lo peor de las personas. Además del vínculo con Don Juan –pese a que la conquista amorosa va teñida en Platónov de amargura–, en la obra aparece como referente Hamlet, por su permanente indecisión. Platónov duda entre quedarse con una u otra mujer; en definitiva, evita pasar a la acción y salir de la apatía.

Su oscilación y mutabilidad, así como su angustia, son lúcidamente por él expresadas en estas líneas: “Cuando uno es joven tiene cuerpo sano, mente limpia, honradez inefable, valor, y un amor por la libertad, la verdad y la grandeza. Opuestos a ti se hallan la pedantería, la corrupción, la suciedad y la miseria… A un lado Shakespeare, Beethoven y Goethe; al otro el dinero, la vanidad, la decadencia. ¡Qué sencillo todo! (Se ríe). Luego, la miseria de la vida se cierne sobre ti (…) Tiempo alegre, bebidas, bailes, enamoramientos… ¿ideales? ¡Puf! Se desvanecen antes una forma de vida como ésta (Se aprieta los dedos). Mas ¿dónde está lo bueno de la vida para los que no han vivido? (…) Sin embargo, existe alguna compensación…Aunque nunca hayamos vivido, todos tenemos la misma compensación… ¡Morir!…”.

Pero en lo que se asemeja a Don Juan es en no querer renunciar a ninguna mujer. Si bien se lamenta y se tortura (una culpa ausente en Don Juan, personaje creyente pero demasiado confiado en el arrepentimiento final; “Tan largo me lo fiaís” es una de las frases que más lo definen), Platónov nunca termina de definirse y elegir una de las tantas mujeres que ha conquistado, a algunas más activa y voluntariamente que a otras. Quiere serle fiel a todas, pero en ese afán abarcador les falla sistemáticamente: “Amo a todos los seres humanos”, declara. Y luego agrega: “No quisiera hacer mal a nadie…. y se lo hago a todo el mundo”.

Guerrero Zamora destaca cómo este rol ya sea de seducido o seductor es producto de la frustración del personaje (una frustración que Mijalkov subraya especialmente en la escena más dramática y tragicómica de su film), y ésta a su vez es consecuencia de las circunstancias históricas de la Rusia de ese entonces, sumergida en la decadencia. Los personajes chéjovianos se dividirían entre los que son responsables de esa decadencia y atados al pasado, los “padres” (como el anciano banquero Glagóliev o el coronel retirado Triletzki) y los que, mostrando mayor lucidez y gran potencial, son conscientes de la misma, se sienten sofocados por el ambiente en el que viven, y luchan infructuosamente contra la abulia y desidia reinantes. Uno de estos exponentes –el primero, cronológicamente, en la producción del dramaturgo ruso– es Platónov, quien en esa lucha se convierte en un “ser contradictorio y bufo, penoso y oscilante entre el llanto y la risa, oprimido por el espacio y el tiempo, que será norma de sus sucesores en la obra del gran dramaturgo”.

En ese sentido Platónov es vista como la prefiguración de todo el teatro chéjoviano; en él aparecen embrionariamente todas las características de sus dramas posteriores. Una de ellas es justamente este enfrentamiento entre generaciones. Por un lado, una generación de mayores que mira hacia atrás (a la Rusia anterior a la abolición de la dependencia servil sufrida por los campesinos rusos) y expresa la nostalgia por lo “perdido”, sintiéndose superior a los jóvenes: “…nosotros, las estrellas ponientes, somos mejores y más felices que ustedes, las nacientes”, dice Glagóliev. Y por otro, una nueva que demuestra impotencia para abrir un nuevo camino, pero que desprecia los valores del pasado: “¡No creo en su senil y tosca sabiduría! No creo, amigo de mi padre, profundamente, muy sinceramente, no creo en sus simples peroratas sobre cosas elevadas, en todo eso que usted cree haber alcanzado con su inteligencia”, afirma Platónov. De ahí, posiblemente, el supuesto título original de la obra. Cabe aclarar que, a pesar de las frustraciones del personaje, en la Rusia de aquella época ser un maestro rural no era considerado un fracaso, sino parte de la misión del movimiento populista ruso.

Ahora bien, Alejandro Ariel González –quien ha traducido y estudiado la obra para la editorial Losada–, señala cómo Platónov suele ser analizada haciendo más hincapié en sus debilidades que en su carácter anticipatorio. Esto se debe a “su naturaleza poco escénica; es virtualmente imposible representarla en su totalidad. Digresiones infundadas; repeticiones; personajes de más; diálogos faltos de elaboración; giros y golpes de efecto poco creíbles; lenguaje cargado de expresiones locales; un estilo aún demasiado cercano al de los ejercicios escolares; la indefinición entre drama, comedia o vodevil; estas y otras fallas explican el rotundo y previsible rechazo que recibió en el Teatro Mali de Moscú, donde su joven autor la presentó, según algunas versiones, en persona”.

 



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